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Lima, 17 de enero del 2004
Los de verdad no se despiden
1. Causa y Azares
Ignoro cómo celebrarán en otros países del mundo, pero, en el Perú, las fiestas de fin de año duran una semana entera, más aún si, como en el 2003, los feriados de Navidad y Año Nuevo caen jueves. En realidad, valgan verdades, los festejos comienzan antes; ya al promediar la quincena del último mes, cuando junto al sueldo habitual llega «la gratificación» (ese pago extraordinario que los empleados recibimos dos veces al año, en julio y diciembre, por Fiestas Patrias y Navidad) se inician las reuniones de camaradería que incluyen grupos de amigos del colegio, de la universidad, del club o del barrio, que aprovechan la oportunidad para juntarse, «al menos una vez en el calendario» y recordar viejos tiempos, largas amistades, bromas desgastadas, miradas furtivas y romances frustrados.
La más importante de las reuniones de fin de año (no necesariamente la más divertida) es «la de la oficina»; cada empresa, compañía, fundación, cooperativa u organización, se empeña en «armar» el fiestón. La celebración se realiza entre el diez y el veinte de diciembre, y será más o menos opípara según los recursos, abundantes o escasos, de cada institución. Allí, de rey a paje, gerentes, funcionarios, empleados, conserjes y obreros, se reúnen deponiendo diferencias y jerarquías. Se comparte una cena, se baila y se bebe a discreción. A la medianoche ya todos se encuentran más que entusiastas y Dionisios empieza a hacer de las suyas. Los gerentes más almidonados han abandonado, discretamente, el local. Los aburridos se han ido temprano (apenas los jefes huyeron), las señoras más decentonas (y las menos solicitadas en la pista de baile) también hicieron mutis; los responsables y los sometidos, igual. Los tímidos se envalentonan con la cerveza y se retuercen bailoteando con las secretarias simpaticonas, los casados que permanecen esconden sus anillos, y alguna parejita «no autorizada» se escapa a la primera que puede, planeando cómo echarle, a la fiesta, la culpa de la amanecida («pero, mi amor, si nadie se iba, no iba a ser yo el primero en levantarme, ¿no? Tenía que esperar que se fueran los jefes y así me dieron las seis de la mañana…»).
Francamente, en el Perú no se trabaja desde el quince de diciembre. Bueno, se trabaja a medias y de mala gana. La gente piensa en los fines de semana largos y, de saludo en saludo, entre tarjetas navideñas, canastas, botellas y panetones, los días se pasan volando y el ajetreo administrativo disminuye al mínimo, tanto es así que el mismo Estado paraliza sus labores, deteniendo casi toda la actividad pública por esas dos semanas (para que los burócratas puedan seguir descansando), y aún muchas oficinas privadas (las agencias de publicidad, por ejemplo) aprovechan para mandar a casa a sus trabajadores para ir descargando quince días de vacaciones en una época donde «no pasa nada» en el país. Los escolares terminan clases, en el peor de los casos, el 20 ó 21 y los universitarios ya pasaron por las horcas caudinas de los «finales» la primera semana del mes y andan de «bausa», haraganeando un poco o persiguiendo a los profesores por esa décima de punto que significa la diferencia entre pasar y liberarse del tormento o repetir el odioso curso de, digamos, «Mate I», que no sabemos aún qué diablos tiene que ver con los estudiantes de primer año de Derecho y Ciencias Políticas…
En medio de este panorama, decidir el calendario de actividades durante los días que van hasta el primer lunes de enero, es toda una empresa en la que se empeñan quienes tienen fuerzas, ganas y medios suficientes, para celebrar el fin de año anterior y el nacimiento del nuevo que, como todo lo incierto, alcanza para depositar en él nuestras viejas, y nunca definitivamente rotas, esperanzas.
Esta vez, contrariando la añeja tradición de «planear hacer nada» que nace de la que fuera una insobornable desidia, estuvimos pensando y organizándonos desde enero, o sea, desde los estertores del último «hacer nada» que se deslizó violentamente desde la inacción absoluta hasta la parrillada aquella alrededor de la cual nos reunimos, en casa de los suegros, todos los solitarios, aburridos, abandonados, solteros, reencontrados, embarazadas, desolados y demás hierbas, que fuimos identificando en las últimas horas del 2002, cuando las 12 uvas canallas que Ella se devoró, para ganarle la partida a las campanadas, anunciaron los estragos en su sistema digestivo, mientras los amigos, ajenos a sus náuseas y enfrascados en un diálogo de sordos con Baco, bailaban y se divertían como si fuera la última fiesta antes de la ejecución.
Los un mil proyectos que durante todo el 2003 fue dibujando nuestra imaginación en franca lucha contra la flojera empezaron con un paradisíaco viaje a Puerto Rico (con crucero, bikinis y alimentación incluidos), pasaron por visitas a La Florida (el shopping ritual de la clase media limeña y el inefable Mickey Mouse que seguirá esperado), Buenos Aires (helados de dulce de leche, bife de chorizo y libros, ¿en ese orden?), Santiago (ni los helados – desabridos-, ni la carne -dura-, ni los libros -caros-, pero sí una plateada de lomito de cerdo en Eladio, allá en la calle ésa, cerca al zoológico), Arequipa (el Misti, el chupe de camarones y el rocoto relleno a cuyo picor sólo paladares entrenados), las playas del sur (dormir y comer, comer y dormir, y leer, si queda tiempo) y, finalmente, Arica (alertados a ultísima hora del matrimonio de Iris y Nelson que, en un romántico exabrupto, decidieron casarse en el norte de Chile). En todos los lugares había, sin embargo, un común denominador, entrañables amigos (lejanos sólo por la geografía) y abrazos largamente postergados.
Todo quedó frustrado por una o por otra razón: enfermedades, presupuestos recortados, pasajes agotados, reservas canceladas, falta de entusiasmo, cansancio, y una indecisión más grave que la de la quinceañera aquella, frente al espejo, probándose los cuchucientos vestidos, propios y prestados, recatados y atrevidos, sobrios y transparentes, que se ha agenciado esa noche para impresionar al galán imberbe que la ha invitado a la fiesta del barrio.
Faltaba decir que además de las «reuniones institucionales», es muy común que diciembre sea una buena ocasión para reunir a la familia (tema aparte es el de «pasaremos la Nochebuena con mi mamá», cuya declaración puede poner a más de un matrimonio poco adiestrado al borde del divorcio). Así, por ejemplo, en su casa, mi hermana se decidió a juntar, nuevamente, a un variopinto grupo de parientes y amigos que incluía tías septuagenarias, primas (de entre treinta y sesenta), sobrinas, sobrinos y nietos, además de una serie de amigos queridos y emparentados a fuerza de años y resistencia.
Como era de esperar, contrariando la voluntad programática de la anfitriona, la indecisión hizo que sólo a última hora confirmáramos nuestra asistencia al ágape del 27 de diciembre que se convertiría, en causa y motivo, razón y origen, de un viaje de más de 2,300 kilómetros por las carreteras del Perú, que incluyó resoluciones abruptas, desorganización organizada, exceso de equipaje, policías de moral ligera, camiones asesinos, discusiones bizantinas, una camioneta al borde de sus posibilidades, museos, desiertos, playas, hostales, mosquitos, chacras, establos, vacas ordeñadas, una Piura impasible (cálida y calurosa), reuniones de viejos amigos, ceremonias báquicas, helados (por supuesto) y una serie de historias que, si la paciencia los acompaña, les iré relatando en las próximas entregas…
©José Luis Mejía
Lima, 23 de enero del 2004
Los de verdad no se despiden
2. Decisiones
Allí, en el aquelarre familiar, Él se encontró con Eme, con quien mantiene una amistad tan antigua que ya ni se acuerda cómo empezó, aunque dicen algunos que nació de una mal desarrollada capacidad para socializar que, con sólo ocho años y mientras toda la chiquillada deliraba por un partidito de fútbol, los llevaba a «jugar a la guerrita» haciendo dibujos de avioncitos en la parte de atrás de los cuadernos, siendo lo particular del asunto que los aviones de marras que Él tan mal copiaba de la memoria, eran los Spitfire de la Royal Air Force, mientras que Eme (hoy curado felizmente de su púber debilidad por el orden meticuloso y enfermizo que caracterizaba a los muchachos de la svástica) realizaba, a trazos envidiables, reproducciones casi fotográficas de los Stuka, emblemáticos aparatos de la Luftwaffe. Con el tiempo, Eme se convirtió en parte de la familia y no hubo actividad, fiesta, reunión, bautizo o velorio, al que no fuera invitado, algo que se hizo con mucho más entusiasmo luego que el matrimonio de Él aliviara más de veinte años de una cercanía que se hacía injustificadamente sospechosa en las cabezas más suspicaces y maliciosas.
Casi al llegar, Eme preguntó qué planes tienen para Año Nuevo y Él respondió lacónico no tenemos planes, entonces -retrucó el arquitecto- inclúyanme en sus no planes, porque yo tampoco tengo nada; allí quedó el asunto. El almuerzo siguió el ritmo familiar, cotidiano y divinamente repetitivo de todas esas reuniones: hola, cómo te va, cómo han crecido los niños, qué gusto que vinieras, se te ve más delgado, qué quieren tomar, pasen a comer, qué rico está el pavo, el pisco sour está delicioso, cómo van los negocios, la ensalada esta divina, cómo le va a María en la universidad, bien, gracias, cómo vuela el tiempo, ya se gradúa este año, Juan está de novio, qué caro está todo, el gobierno es un desastre, cuándo se casa, tú votaste por él, es que ya estoy viejo, sírvanse, por favor, con confianza, qué linda ha quedado la casa, gracias, una cerveza, por favor, me tienes que dar la receta, todo estuvo extraordinario, tenemos que vernos más seguido, te llamo, te escribo, te mando un correo, besos, gracias, gracias y hasta luego.
De improviso, en medio de la pacífica tarde, mientras el último trozo de torta de lúcuma y chocolate era devorado con entusiasmo, sonó el teléfono. Era Di. Ella contestó de inmediato. Nada, bueno, genial, ¿a las ocho?, perfecto, vamos con Eme que también está con nosotros. Minutos después, cuando ya los últimos invitados se marchaban, ellos también se despidieron porque la película está por comenzar…
No hubo demasiado tiempo para los saludos y tras los besitos de rigor entraron al cine a ver una de las tantas películas repetidas donde los buenos vencen siempre y los malos que no eran tan malos (porque al comienzo eran buenos) se arrepienten en el último instante y, claro, se mueren valientemente salvando la vida de la chica bonita (de la que siempre estuvieron secretamente enamorados) porque ningún director va a sacrificar al galán de moda con la última granada que arrojó el malo-malo (o sea, el que nunca se arrepiente y muere siempre de la manera más atroz, porque los malos -que ayer fueron indios, luego nazis, más tarde comunistas y ahorita mismo árabes- no se van al cielo, nadie los quiere y la democracia y la justicia siempre prevalecerán). ¿Cómo pueden gustarte estas porquerías?, preguntó Eme como cada vez que salen de ver ese tipo de películas que Él disfruta con una atávica pasión impúber. Él -culpable- se rió en silencio. Ella estuvo de acuerdo con Eme y Di puso la cuota de diplomacia indispensable, diciendo que la próxima vez veremos una de esas películas europeas que a Eme le parecen extraordinarias.
¿Entonces, qué hacemos? ¿Lo del norte es seguro? Ni idea. ¿Alguien habló con Marisol? Hace unos días, pero se supone que ya no íbamos. Sí, es un problema, además, los de la playa me van a matar. ¿Habrá pasajes? No creo, a estas alturas, ni en burro. ¡Cómo detesto la desorganización! Ya no empieces a renegar, igual da, yo manejo. ¿Tú?, ni hablar, nos matamos. No exageres. ¿No exageres? ¡Si la última vez que te fuiste a Piura llegaste a doscientos veinte kilómetros por hora! Es un salvaje, le encanta ir a toda velocidad. Pero Eme, es cuestión de que te comprometas a manejar despacio. Ni hablar, Eme no puede manejar despacio. Otra vez estás exagerando, eso sólo fue en el desierto de Sechura, que es en línea recta, lo demás lo hice a mucho menos. ¿A cuánto? Como ciento ochenta… ¿No ven? ¡Está loco! Bueno, Eme maneja pero vamos en la camioneta de Ella. ¡Perfecto! ¿A cuánto llega tu carcocha? ¡Qué carcocha, hijito, ya quisieras! ¿Decidido? Decidido. Bueno, hay que ver… De una vez, ¿te vas al sur o vienes con nosotros? Okey, si ya somos cuatro, ¡vamos! Llamemos a Marisol y veamos qué nos consigue de alojamiento…
De allí en más todo fueron llamadas, iban y venían los mensajes hacia y desde Piura, los hoteles abarrotados, las casas llenas, todo estaba reservado, nadie se comprometía a nada, pero no por gusto la familia de Ricardo, el esposo de Marisol, es una de las más antiguas y tradicionales de la zona, la noche siguiente, cuando Ella y Él disfrutaban de una deliciosa cena chatarra en uno de los tantos fast food que infestan Lima, llegó la confirmación. Apunta, Hotel Espilver, sí, sí, con «e» y «v» chica, apunta el número, la señora Gladis, sí, con «i» latina, exacto, ¿qué sé yo?, ¡así se escribirá por acá!, sí, eso es hasta el primero, ese día tienen que irse porque ya tienen reservada la habitación para otros pasajeros, así que se pasan al Boca, sí Hotel Boca, apunta el número, señora Marcela, sí, ella es el contacto, ¿ok?, ¿apuntaste? No te olvides, mañana lunes tempranito tienes que llamar y pedir los números de cuenta, si no haces de inmediato los depósitos desde Lima no te van a respetar la reserva. Nos vemos el martes, ah, ¿llegan el miércoles? ¿Van a dormir en Trujillo? ¿Y ya tienen reservas? Pero confírmalo. Bueno, bueno. Ya está. Perfecto, entonces, manejen con cuidado y hasta el miércoles, ¡lleguen temprano, no vayan a recibir el año en la carretera!
Lo demás fue lo de siempre, confirmar las reservas, realizar los pagos, hacer maletas, avisar a la vecina, buscar alojamiento para el perro (tu hermano es un santo, ¡quedarse a cuidar al perro mientras ustedes se van de viaje!) y hacer las últimas coordinaciones. Salimos el martes en la madrugada. Ni hablar, ese día trabajo hasta la hora de almuerzo. ¡Entonces! No te alteres, no hay problema, salimos a la una. Mejor a las tres. No vamos a llegar a Trujillo… ¡Ya empezaste! ¡No exageres! ¡No exagero! Calma, calma, salimos a la dos y todos felices, ¿okey? ¡Okey!
Fe de erratas:
La primera parte de «Los de verdad no se despiden» apareció con el subtítulo «Causas y Azahares», en recuerdo del disco del mismo nombre de Silvio Rodríguez, sin embargo, la mente me jugó una mala pasada y cambié arbitrariamente el «azar» (fortuna, suerte) de la canción por el «azahar» (flor del naranjo y del limonero); sólo la gentil acotación de Viviana pudo ponerme en alerta sobre tal «lapsus calami» que debió nacer, quiero creerlo, del recuerdo de los famosos limones piuranos, región a la cual las causas y azares de la vida, nos llevarían a recibir el 2004.
Nota de la edición en Internet:
Si bien el lapsus de «Azahares» en vez de «Azares» existió en la versión que fue dustribuída por correo electrónico, en ésta, que figura en la página web, había sido publicada correctamente; sin embargo, mantenemos la «fe de erratas» como un dato curioso.
©José Luis Mejía
Lima, 03 de febrero del 2004
Los de verdad no se despiden
3. Maletas
Ojalá salir de viaje fuera tan sencillo como aparece en el papel. Una vez que se han solucionado todos los problemas, digamos, administrativos (destino, medio de locomoción, alojamiento, alimentación, efectivo, tarjetas de crédito, documentos y todos los etcéteras imaginables), queda lo más difícil, armar la maleta. Claro, cualquiera de esos ejecutivos que andan de avión en avión como quien se mueve en taxi diría que es una exageración, que para hacer un maletín de viaje basta con ser organizado, colocar un par de mudas, despreciar cualquier exceso y terminar, en cinco minutos, de liar bártulos. Pero para quienes viajar se convierte en la aventura del año, abandonando escritorios, trámites administrativos, burocracias y demás nimiedades de la vida moderna, alcanzar a reunir en una sola valija todos los elementos necesarios para brindarle seguridad al viajante, se asemeja a las experiencias de Odiseo de regreso a Ítaca. Por eso, la noche anterior a la partida, puede convertir el dormitorio en un mare mágnum de pantalones, camisas, blusas, ropa interior, medias, maquillajes, cremas, medicamentos y cuanta cosa sea permitida lanzar sobre la cama a fin de hallar, sin posibilidad de error (aunque siempre algo importante se olvide), aquellas prendas requeridas y suficientes para la expedición…
Él, por supuesto, no hizo nada. Su declarada incapacidad para solucionar problemas domésticos lo exonera, a fuerza de fracasos previos y malhumor, de cualquier actividad que implique o requiera de ciertos talentos organizativos. Heredero de la inutilidad práctica de su padre (quien podía explicar magistralmente, de forma amena y sencilla, toda la historia, implicancias e ideologías en juego, durante la revolución francesa, pero que fracasaba aparatosamente en el sólo intento de encender la estufa de la cocina a gas), Él ha obtenido en su existencia una especie de patente de corso que lo libera (casi siempre) de las obligaciones propias de cualquier ciudadano que se maneje medianamente bien en los quehaceres del hogar. La última vez que reunió cinco pantalones, diez camisas, doce polos, diez calzoncillos, doce pares de medias, dos docenas de pañuelos, despertador, linterna, tres libros, papeles, lapiceros, un botiquín con pastillas para toda clase de enfermedades, un medidor de presión arterial y «algo» de comida chatarra («por si acaso»), para un viaje de cuatro días a la playa, Ella decidió tomar cartas en el asunto para librarlo a Él de la vía crucis que tener listo tremendo equipaje demandó y liberarse, Ella, de la media tonelada de materiales inútiles que saturaban la maletera y recargaban innecesariamente el peso de la sacrificada camioneta.
Ella hizo las dos maletas con una eficacia que ya envidiarían los planificadores del gobierno. Claro, no faltaron las quejas largamente justificadas y los reclamos precisos y comprensibles contra la paralizante incapacidad demostrada por Él, incrementada a través de los años y sin propósito de enmienda alguno. Trabajó, como de costumbre, hasta muy tarde en la oficina (mientras Él dilapidaba sus vacaciones escribiendo artículos insulsos y poemitas anacrónicos), fue a hacer las compras y, cuando llegó al departamento, se dio cuenta de la pasmosa realidad. La medianoche se aproximaba y no había ni una blusa doblada y dispuesta a poblar el maletín. Se armó de esa paciencia inagotable que todo lo dispensa y se lanzó a domesticar las ropas en un equipaje que, sin perder las cualidades de sencillez y movilidad, satisficiera las necesidades de una semana de viaje, además de complacer la neurosis del esposo y asegurarse de transportar los habituales e indispensables aceites femeninos (cremas, jabones, champú, lociones y maquillajes). Dos maletas, ni muy grandes ni muy pequeñas, prácticas y transportables, fueron el broche magnífico para un día que amenazaba con ser interminable.
La mañana siguiente se consumió entre idas y venidas, llamadas, últimas coordinaciones en la oficina, hastaluegos, vuelveprontos, felicidades y saludos adelantados de Año Nuevo a toda la parentela imaginable. Al mediodía Él ya estaba impaciente, esperando en casa, haciendo nada como cuando sabe que tiene obligaciones programadas, ¿hablaste con todos?, ¿a qué hora quedamos?, ¿segura?, ¿por qué no haces algo?, no puedo, pero lee algo, escribe, ¡aprovecha el tiempo!, imposible, si sé que tengo algo que hacer dentro de un par de horas no puedo empezar otra cosa que no voy a terminar, ¡eres un maniático!, no, simplemente soy organizado, ¿organizado, tú?, ¡sí!, ¡si eres un neurótico!, ¿pero en qué te molesta?, ¿cómo en qué?, ajá, ¡si me llamas cada cinco minutos a atormentarme!, exageras, ¿exagero?, bueno, bueno, me pondré a ver televisión, y Ella trata, como siempre, de llevar la fiesta en paz y Él se distrae, como siempre, con alguna de esas películas de héroes y bandidos que ha visto trescientas veces y deja de torturarla por un momento con sus mil y quinientas preguntas a través del detestable invento que patentara el señor Bell.
A las dos de la tarde, como estaba acordado, Di llegó al departamento, ¿y todo eso?, ¿esto?, ¡sí!, mi equipaje…, ¿tu equipaje o el de toda tu familia?, son sólo dos maletitas, ¿maletitas?, bueno, dos maletas, ¿y se puede saber qué tanto llevas?, nada, lo de lo costumbre, ¿lo de costumbre?, sí, ¿y se puede saber que acostumbras llevar a un viaje de seis días que necesitas dos maletas repletas?, nada, cosas de mujeres, no entenderías, al menos, dame la oportunidad de intentar entenderlo, ¿qué llevas?, nada, ropita y algunos cachivaches…, ¿cómo cuáles…?, nada, bikinis, ¿cuántos?, tres o cuatro, ¿paras seis días de los cuales dos pasaremos en la carretera?, por eso mismo, ¡no pensarás que use el mismo bikini todos los días!, ¿qué más?, no sé, en esta maleta está mi ropa…, pantalones, blusas, pareos, vestidos, ¿vestidos?, sí, ¡pero si estamos yendo a la playa!, ¿y si nos invitan a una fiesta?, ¡en la playa la fiestas son informales!, nunca se sabe…, ¿y en la otra?, ah…, a ver, secadora, plancha para la ropa, planchita para el pelo, cosméticos y mis zapatos, ¿cuántos zapatos llevas?, a ver, las sandalias para la playa y las sandalias para la tarde, zapatos negros, zapatos azules y mis babuchas para dormir, ¿nada más?, ah, sí, sí, ¡un par de zapatillas azules por si acaso estas negras que llevo puestas se ensucien!, ah…, ¿ah?, ¿…y se puede saber cuánto tiempo has tardado en hacer esa maleta?, empecé anoche mientras veía el noticiero, me quedé dormida y terminé esta mañana, hace un rato… No le hagas caso, Di, que Él no tiene ninguna autoridad para quejarse, si la última vez que lo dejé hacer las maletas…
La maletera de la camioneta probó ser leal, cargaron todo, acomodaron los bultos y se fueron en busca de Eme que iba a trabajar hasta el último minuto porque he prometido entregar unos planos el lunes, pensé que no iba a hacer nada por Año Nuevo, así que estoy contra el tiempo…
Llegaron a Barranco, al viejo parque que Él se conocía de memoria desde los tiempos de la infancia cuando, con Eme, desperdiciaban su infancia (y luego su adolescencia) en conversaciones de viejos sobre la Segunda Guerra Mundial, Napoleón, Maquiavelo, la crisis económica del país, la corrupción de los políticos y, sobre todo, el futuro incierto que, en los paisajes de dos imaginaciones pródigas, mezclaba las aspiraciones inalcanzables, los proyectos posibles y la fatalidad inapelable de la efímera existencia humana. ¡Con razón los amigos del barrio, allá en la bodega, la única de la zona que vendía alcohol a menores de edad, pensaban, entre cerveza y cerveza, que los dos o estaban locos o marchaban, con buen paso, al manicomio!
Eme salió de la casa con las manos ocupadas por un juego de mesa en la diestra (conquistar el mundo en un tablero y a fuerza de golpe de dados queda, para ambos, como la inocua evidencia de sus delirios adolescentes) y un maletín de cuero de viajero ejecutivo en la siniestra. ¡Qué marav
illa!, ¿no ves, Di?, mira cómo ha metido todo en un maletincito… ¿todo?, ¿no es ese todo tu equipaje?, ¡estás loco!, son tan sólo los papeles que tengo que llevar para adelantar trabajo el fin de semana… Acto seguido ingresó sin consideración a su casa y salió de ella, vencedor, radiante, dueño de sí mismo, con uno de esos inmensos maletines de deportista con capacidad suficiente para los uniformes, mudas y porsiacasos de medio equipo de fútbol; amén de media docena de toallas de playa que no cupieron en el maletín y que se desparramaron, a su suerte, por los asientos del vehículo…
Minutos más tarde, entre burlas y carcajadas, cuando Ella contaba el millón de cosas que viajaban en el equipaje de Di, incluyendo media docena de zapatos, y mientras Él ensombrecía ante la perspectiva de una serie de paquetes peligrosamente mal acomodados en el vehículo, Eme diría, ufff, felizmente, ya no me siento tan mal, yo sólo traje cinco pares de zapatillas…
©José Luis Mejía
Lima, 19 de febrero del 2004
Los de verdad no se despiden
4. A la policía se la respeta
Como era de esperar, salieron tarde. Eran las tres y treinta cuando quedó lleno, primera de muchas veces, el tanque de gasolina. Ella y Eme agradecían la gentileza del empleado de la estación de gas que les ofrecía limpiar las lunas sin costo extra, mientras Di y Él vaciaban los escaparates de galletas y chocolates del supermercado; listos los pertrechos, se lanzaron al combate.
Atravesar la ciudad en medio de la efervescencia de la última semana del año y justamente a la hora en que todos los empleados escapan de la oficina para aprovechar el larguísimo fin de semana, se presenta tan complicado como traspasar las líneas enemigas a pleno sol, con un trapo rojo en el cuello y sin protección ninguna.
Vamos por Circunvalación, ¡estás loco, por ahí roban!, ¡no seas miedosa!, eres un irresponsable, no, no, vamos por la Costa Verde y de ahí tomamos la Paz, ¡no, ni loco, allí también roban!, ¿entonces?, vamos por el camino típico, tomamos la Vía Expresa, agarramos Javier Prado, La Marina, Faucett, el aeropuerto y salimos de Lima, va a haber un tráfico de la patada, no seas exagerado, van a ver… Y vieron. Las calles estaban tan llenas de automóviles que se diría que todo el mundo escapaba de la ciudad antes de que el presidente diera su discurso de fin de año.
Si la salida al sur de Lima resulta más o menos sencilla y uno puede hallarse fuera de la ciudad en tan sólo quince minutos, lograr lo mismo por el norte resulta realmente embarazoso. Una revolución triunfante no tendría mayores problemas en fusilar a los miembros del antiguo régimen porque, sin lugar a dudas, se quedarían atascados en el tráfico limeño rumbo al aeropuerto.
Seis peleas, algunas madres recordadas, cinco conatos de choque, dos asaltos frustrados y cincuenta minutos después, llegaron a la altura del Jorge Chávez, que recibía, en esos momentos, a cientos de pasajeros dispuestos a recibir las fiestas de año nuevo en mejores horizontes que el limeño. Ellos pasaron de largo.
Cruzar Ventanilla y Santa Rosa resultó bastante sencillo, la carretera había sido mejorada en los últimos tiempos y el tráfico amainaba a medida que iban más al norte, haciendo casi imperceptible la inmensa pobreza de la zona que consigue, todavía, arruinarle el almuerzo a los turistas más sensibleros.
Veinte minutos después pasaban junto a Ancón, el antiguo balneario de la aristocracia limeña, donde aún algunos nostálgicos resisten el embate de Asia, una playa infinita, noventa kilómetros al sur, que congrega, en conjuntos residenciales, bien puestos y mejor protegidos, a lo más graneado de la sociedad.
Pocos kilómetros más adelante los automóviles se desvían por “la variante” de Pasamayo, una autopista moderna y segura que evita que se tenga que ir por “el serpentín”, la vieja carretera al borde del abismo por la que aún continúan pasando el tránsito pesado de los camiones y los ómnibus (que se desbarrancan de tarde en tarde), porque el genio del ingeniero que diseñó “la variante” no hizo bien sus cálculos y la pendiente es demasiado exigente para las grandes unidades.
En la camioneta la cosas iban bastante bien. Ella al volante, Eme de copiloto, Di en posición fetal cómodamente acurrucada y Él tratando inútilmente de leer la obra de teatro que sospecha que puede ser la que trabaje con sus alumnos el próximo semestre. Ya en la autopista la velocidad pudo aumentarse, todos se estiraron un poco en el segundo grifo donde pararon a colocar más gasolina y el vehículo avanzó raudo y sin mayores contratiempos devorando distancias, mientras ellos empezaban, a su vez, a devorar parte de las interminables provisiones que incluían galletas con relleno de fresa, bañadas en chocolate, de soda, caramelos de limón, gaseosas, jugos, bizcotelas, chocolates, wafers, keke inglés, gomitas y tres tacos, acriollados y nada mexicanos, que compraron hechos en el supermercado.
La primera hora y media transcurrió sin incidentes. Sólo cuando avanzaron hacia el norte, ya por la autopista, acercándose a los poblados, empezaron los inconvenientes.
Huaral, una de las provincias de Lima, recibió a los pasajeros con la frescura de sus Lomas de Lachay, un espacio verde y hermoso en medio del interminable desierto que vive gracias a la concentración de humedad que hay en la zona. Allí, mientras Eme contaba de las virtudes de la antigua hacienda Huando, donde se produjeran esas magníficas naranjas y mandarinas sin pepa, orgullo del país, claro, hasta que el comunista de Velasco arruinó la agricultura, ¡no era comunista!, ¡era un resentido!, ya, déjense de hablar de política, ¿porque le quitó tierras a tu familia?, ¡mi familia no tiene tierras por esta zona!, ¿no fue buena la idea?, cómo iba a ser buena, ¡si fueron una recua de salvajes!, ¡habían hacendados explotadores!, ¿y?, ¿cómo que y?, ¡ya basta!, no peleen, ¡no peleamos!, ¿no?, ¡no!, ¿qué hicieron los campesinos con las tierras?, ¡las destruyeron!, pero fue por falta de capacitación, ¡cómo sea!, ¡fue un desastre! y ¡fuiiiiii! El bendito silbato del policía que se encontraba al borde la carretera.
Pero jefe si íbamos despacio, lo siento, señorita, iban a exceso de velocidad, no, jefe, le pareció, íbamos a cien, eso mismo, señorita, iban a cien, pero, si no se ha dado cuenta, estamos en una zona urbana y el letrero dice cuarenta y cinco kilómetros por hora, pero oficial, y esa es una falta grave, pero, jefe, si recién salimos de Lima, ¿a dónde se dirigen?, al norte, sí, claro, pero a dónde, señorita, a Piura, jefe, ah, a Piura, eso es bastante lejos, señorita y la falta es grave y según el reglamento, ¿ha leído el nuevo reglamento, no?, no jefe, no he tenido la oportunidad, bueno, según el nuevo reglamento debo retenerle la licencia de conducir, ¡pero, jefe!, ¿cómo vamos a llegar al norte?, bueno, debió pensar en eso antes, usted sabe, señorita, la plaza está dura, además, son cuatro, ¿ninguno de los señores maneja?, no jefe, yo no tengo brevete, yo tampoco jefecito, y yo ni sé manejar oficial, eso es lamentable, no van a poder seguir su viaje, ¿no ves que quiere billete?, ¡ni loca, no le doy ni un centavo!, ¡shhht, baja la voz!, ¡qué baja la voz, no le doy nada!, ¡no seas terca, no te va a dejar ir!, ya dale y sigamos, ¡no!, a mí ni me miren, ya saben lo que pienso al respecto, bueno, señorita, ¿cómo hacemos?, ¿y qué pasa, jefe, si me quita el brevete?, bueno, tendrá que venir a recogerlo y a pagar la multa, ¿venir?, ¿no la puedo pagar en Lima?, no señorita, la multa es municipal, y acá la alcaldía nos da un porcentaje del monto, son como trescientos por la infracción, sí, pero dentro de las cuarenta y ocho horas se paga el cincuenta por ciento, sí, claro, pero no van a poder seguir con su paseíto, pero, oficial, lo siento, señorita, usted sabe que la cosa está mala…, ¡dale de una vez!, no, déjame a mí, a ver, jefecito, no sea malo, pues, no nos malogre el fin de año, pero señorita, ya pues, jefe, le damos para una gaseosita, no sea mala usted, señorita, más me dan por la papeleta, sí, pero usted es buena gente oficial, ya pues, le damos alguito y nos deja ir porque usted tiene cara de bueno y estamos celebrando, bueno, bueno, lo que sea su voluntad, ya, dale, ¿cuánto?, no sé, dale algo, pero sin hacer mucha luz que se pone nervioso, ¿tienes?, saca de ahí, donde está la plata de la gasolina, ya, ya, apura, ¡ya va!, acá tiene jefe, bueno, señorita vaya con cuidado… Y la camioneta se alejó lo más rápido que pudo del patrullero. ¿Cuánto el diste? Treinta soles…, ¿estás loca?, ¡treinta soles!, ¿es mucho?, ¡es una barbaridad!, te fregaste, ahora se van a pasar la voz por la radio van a decir, “detengan la camioneta verde, la señorita que maneja da buena plata”. Por eso odio coimear, bueno, no lo tomes así, la cosa era seguir el viaje, ¿no?, no íbamos a quedarnos tirados en el pueblucho ese, ¿y ustedes?, bien gracias, los hombres se callaron en todos los idiomas, yo estoy cansado y eras tú la qu
e manejabas, ¿y tú?, ¿yo?, ¡sí, tú!, yo no manejo, además, ya saben lo que pienso al respecto, sí claro, muy moral, pero si no pagamos nos quedamos en Huaral, como sea, sabes que no estoy de acuerdo con las coimas, ya empezó el santito, ni santito, ni nada, solamente digo que si el país va mal es porque todos violan la ley, ¡si ellos la violan primero!, ¡la policía es corrupta!, sí y no, ¿cómo es eso?, ¡no te me pongas filosófico!, que sí y no, que sí es corrupta, pero no lo es porque sí, lo es porque nosotros fomentamos esa corrupción, si nadie coimeara, no habrían policías corruptos, ¡ya empezó!, no, sólo digo…, como sea, la policía es una porquería, pero ni modo, lo mejor es tenerla al lado, sí, por eso mi hermano tiene su carnet de “amigo de la policía“, ¿qué es eso?, es una especie de asociación de vecinos que arreglan y pintan la comisaría de la zona, ¿en San Isidro?, sí, les compran útiles y materiales a los tombos, ¿y eso?, ¿no sabías?, el papá de Angelo también hace lo mismo en Miraflores, ¿sí?, Sí, claro, y en Navidad organizan chocolatadas y les dan regalos a los hijos y esposas de los policías, ¡pero eso también es una especie de coima!, sí, pero no se ve tan feo, es legal y todos quedan lindos, claro, cada vez que tienen un problema, sacan su carnet y los policías los dejan pasar, o sea, lo mismo, sí, pero con estilo, ja, ja, ja, ja, sí, con estilo, entonces, ni bien llegamos a Lima, nos compramos uno de esos documentos, sí, claro y…, ¡fuiiiiiiiiiiiiiii!, el pitazo nuevamente, pasando Huacho, cerca de la Albufera de Medio Mundo, esa laguna de agua dulce maravillosamente colocada sólo a unos cuantos metros del mar, separados sólo por una franja de tierra.
Pero, jefe, ¿qué sucede?, bueno, señorita, usted ha superado la velocidad máxima, no puede ser jefe, he estado controlando el velocímetro y no he pasado los cien kilómetros, además, esta no es zona urbana, sí, sí, señorita, la comprendo, pero usted sabe, el radar no se equivoca, es de láser, ¿sabe?, pura tecnología, y la lectura dice que usted estaba a ciento tres kilómetros por hora, ¿ah?, sí, sí, si quiere venga al patrullero y se lo enseño, no jefecito, no se preocupe, yo le creo, ya dale, no, esta vez no, no le doy ni un céntimo, ¡así tenga que acampar al lado de la carretera!, uyuyuy, se puso brava, ¿cómo dice señorita?, nada, nada jefe, lo que digo es que no sea malo, que nos deje pasar, que ya nos pararon allá en Huaral, ya pues, jefe, pero señorita, usted sabe la municipalidad…, ¡mire, mire, ese camión ha pasado a ciento cincuenta kilómetros por hora, persígalo con el patrullero!, ah, bueno, es que no tenemos gasolina para eso, ¿cómo?, bueno, sí, no nos dan suficiente combustible, ¿usted entiende?, el señor comisario se queda con una parte de la gasolina para sus gastos, ¿sabe?, y nosotros tenemos que arreglárnoslas solitos…, sí, claro, pero usted también entiéndanos a nosotros, no hemos hecho nada malo y mire cómo nos retiene cuando otros pasan a toda velocidad, y se nos hace tarde y no queremos que nos dé la noche en la carretera, son peligrosas, ¿no?, bueno, sí, sí, son peligrosas, pero para eso estamos, para servirlos, señorita, la Policía Nacional está para servirlos, para servirlos, gracias jefecito, vaya, vaya no más, pero eso sí, no maneje muy rápido, ¿ya?, y no se preocupe, yo voy a avisar por radio que ya la pararon en Huaral para que no la vuelvan a molestar, no se preocupe, mil gracias jefe, no, ni lo diga, estamos para servirlos, hasta prontito, ¡feliz año!, ¡feliz año!, mañana en la noche, jefecito, brindaremos por usted, pero no se olvide…, no se preocupe, ¿en serio?, en serio, jefe, el 31 brindaremos por usted, ¡se lo prometo!
Y a carcajadas siguieron al norte. Habían perdido mucho tiempo en cada parada, pero no encontraban manera de recuperarlo, al menos, mientras siguieran en la provincia de Lima, “infestada” de cachacos buscando “la suya”, persiguiendo el aguinaldo de fin de año, listos para hacer “su” año nuevo con los conductores incautos y apurados. Desde entonces Eme tomó la actitud del copiloto responsable, miró y cuidó de cada letrero, de cada aviso en la carretera, divisando, con una vista envidiable, cuando patrullero apareciera en lontananza y dibleando, con maestría de futbolista, todos los obstáculos que la cancha presentaba.
Ya en Barranca, a pocos kilómetros del límite departamental, vieron el desvío que conduce a Caral, la famosa ciudad que, según la arqueóloga sanmarquina, Ruth Shady, es la más antigua de la América prehispánica, y pasaron por la impresionante fortaleza de Paramonga, conquistada en el siglo XV por los Incas. Todo marchaba de perlas, las provisiones resistían el embate de los hambrientos viajeros, un par de estaciones de gasolina habían provisto del líquido imprescindible a la camioneta y empezaban a ganarle tiempo al reloj que se movía inflexible buscando su noche. Los pequeños poblados, grises y entristecidos de la costa, se sucedían interminables, al pasar por uno de ellos, en una especie de curva que hacía la carretera, Eme divisó a dos patrulleros apostados al lado de la pista, estos nos paran de todas maneras, sentenció y, dicho y hecho, sonó el ¡fuiiiiiiii! por tercera vez en la tarde. No, no puede ser, eso sí que no, yo he estado dentro de la velocidad permitida, que venga el tombo para cantarle su vida, que venga no más, señorita, buenas tardes, no, no son buenas, cómo van a serlo, oficial, es la tercera vez que me paran sin razón alguna, no puede ser, he venido a la velocidad permitida esto es un abuso, es un atropello, no puede ser, oficial, no puede ser, pero señorita, sólo queríamos verificar que todo fuera bien y que tuvieran los cinturones de seguridad puestos, nada más, ah, ya, ok, disculpe, jefe, pero usted comprende, me han parado tres veces, no se preocupe señorita, no se preocupe, siga no más, mantenga una velocidad adecuada y maneje con cuidado, buenas tardes, buenas tardes jefe y feliz año…
©José Luis Mejía
Lima, 14 de marzo del 2004
Los de verdad no se despiden
5. De Chimbote a Trujillo
Una vez que salieron del departamento de Lima, los patrulleros desaparecieron como por encanto y la camioneta pudo avanzar más rápido. El peso de los ocupantes y las tres mil maletas aseguraban la estabilidad del vehículo (y su lentitud), en ningún momento, ni en los mayores arranques de Ella frente a camiones remolones y buses destartalados, pudo alcanzar más de 130 kilómetros por hora.
Cuando pasaron por unos túneles interminables, Eme sentenció “estamos cerca de Chimbote”, pero sólo dos horas después llegaron a ese puerto que, gracias a la harina de pescado que durante décadas produjo en cantidades siderales hasta impregnarlo todo de ese característico olor que raspa la garganta y perfora los pulmones, había logrado un lugar en el mapa económico del país. Un pueblo típico costeño, gris y triste, que había crecido impresionantemente en la década del 70 y que ahora, gracias a la siderúrgica, la pesca y otras actividades industriales anexas, conseguía sobrevivir a su propia agonía, al desentendimiento del gobierno central, al aire salitroso, a la humedad reinante y a esa sensación de galopante decadencia que envuelve a las ciudades de la costa, faltas de agua y abundantes en polvo.
Ella estaba agotada, más de cinco horas frente al volante la tenían ya al borde de la desesperación y necesitaba, con la reiterada urgencia de las mujeres, un baño a gritos. Dónde paramos, en algún restaurante, ¿en cuál?, ¿conocen alguno?, ¿en este pueblo?, ni idea, bueno, yo estuve, acá, en un encuentro de poetas, hace diez años, ¡hace diez años!, sí, no creo que haya cambiado mucho la ciudad, sí, claro, no ha cambiado nada, al menos sigue igual de cochina, ¿cómo sabes que está cochina si es de noche?, ¡porque se nota!, ¿y cómo lo notas?, ya chicos, no peleen, muchas horas en el carro nos tienen cansados a todos, ¡quiero ir al baño!, ¡y yo quiero fumarme un cigarro!, vamos al hotel de turistas, es famoso, ¿famoso?, será famoso por sus ratas, es una vejez que construyeron frente al mar hace treinta años y el mar está muerto, ¿muerto?, ¡claro!, las harineras malograron todo, el hotel está frente a un mar sucio y apestoso, pero, ¿entonces?, ¿a dónde vamos?, ¡a donde sea, pero al baño!, ¿alguno de ustedes conoce otro lugar además del hotel de turistas?, no, hummm, no, no, realmente, ¡entonces!, ¿qué tanto peleamos?, vamos al hotel…
Y el hotel estaba allí todavía, frente al mar negruzco de Chimbote, hediondo y melancólico, como extrañando por sus heridas esos tiempos de grandes barcos arrastreros y conserveros, trabajo para todos, dinero de sobra, cantinas llenas y prostitutas (hoy envejecidas y malbarateadas) que entonces hicieron su agosto cobrando precios exorbitantes por unas cuantas horas de placer con los pescadores repentinamente bochantes gracias a las bondades del mar y la utilidad, hoy venida a menos, de la bendita harina de pescado. La construcción se halla intacta, no tiene aspecto, a la luz de los pocos faroles, de haber sufrido grandes estragos, sin embargo, se nota que ya nadie lo habita, que desfallece, que su habitaciones se han ido cerrando cuarto a cuarto, piso a piso, como los fantasmas que invaden paulatinamente la “Casa tomada” de Cortázar. El botones de la puerta luce amable el mismo traje que seguramente le dieron diez años atrás, su sonrisa se desdibuja cuando los ocupantes de la camioneta preguntan por el baño, no obstante, resiste la tentación del suspiro desencantado y fuerza la sonrisa mientras señala en la sala esa zona, al fondo a la derecha, donde están los baños.
Ellos no entran; Él, neurótico como siempre, dice que cómo van a dejar el carro tirado en la puerta, pero si está en la entrada del hotel, no ves que no hay ni un solo carro más y que al frente hay media docena de parejitas que nos ven como marcianos, ¡eres un histérico!, no sólo soy previsor y no quiero salir del baño y encontrarme con que se han robado las maletas, está bien, está bien, total, yo tampoco quiero ir al baño, vayan ustedes, chicas y yo me quedo amansando al energúmeno, ¿energúmeno? ya, ya, no empieces, ¿quieres un cigarro?, sabes que no fumo, ¿y?, nunca es tarde para aprender…
La noche envolvía Chimbote. Habían llegado a las puertas de la ciudad cuando el sol se perdía en el mar pero en sólo diez minutos la oscuridad aparentaba las doce de la noche. Las calles atestadas de carros; los mismos microbuses, las mismas combis, los mismos camiones que en Lima, sólo la presencia abundante de “taxi cholos”, unas motos de tres ruedas con asiento trasero que en Lima sólo circulan en barrio populosos y apartados, transformaban un poco el paisaje que bien podía pasar por el del centro de la capital por la sordidez que se respiraba. La mirada desconfiada de la gente, los choferes agresivos que usan sus automóviles como si fueran armas, los mendigos, las damas de la noche, los niños vendedores de caramelos, las parejitas buscando el refugio de las sombras y ese olor nauseabundo para los forasteros que, sin embargo, les da a los chimbotanos el sentido de estar en casa.
¡Ya chicos!, ¿listas?, ¡listas!, bueno, ya se hace tarde, queremos llegar a Trujillo antes de la medianoche, ya, ¡okey!, ah, pero eso sí, antes de seguir, un puchito…, ya fumé, fúmate otro, yo te acompaño, perfecto, ¿tienes fuego?, espérate, puse el encendedor por acá…, gracias, y, ¿qué les parece la ciudad?, sin comentarios, bueno, no es tan fea como me acordaba, ¡es un asco!, ya habló el exquisito, qué exquisito ni qué nada, ¿no te parece que languidece insostenible?, “languidece insostenible”, ajá, ya, y eso, ¿con qué se come?, quiero decir que me parece tristísima, ¿tristísima?, ¡ya empezaste con las esdrújulas!, ¡qué complicado!, complicada tú, ya, ya, déjalo ahí, es un pueblo más de la costa, punto, igualito a Lima, igualito, por eso mismo, ¿por eso mismo qué?, nada, nada, ¡ay chicos!, no discutan que ya estamos cerca a Trujillo, ¿nos vamos?, ¡tú manejas!, sí, sí, porque estoy muerta, supongo, pero haz bien de copiloto, avísame qué dicen los carteles y manténme despierto, que los de atrás se duermen ahorita y no nos sirven para nada…
Como perderse por las calles de los pueblos de país no es complicado, se perdieron. Por acá, no por allá, pero, ¿no ves los letreros?, ¿y tú no ves las flechas?, ¡ya, a callar!, duérmanse atrás y no fastidien, a ver, pregúntale al señor que está en esa esquina, sí, claro, baja la luna, para que te asalten, ¡no te metas, tú estás durmiendo!, perfecto, ¡perfecto!, perdón señor, sí, señor, sí, usted, disculpe, buenas noches, podría decirme cuál es la ruta para salir a la carretera, no, no, no vamos a Lima, vamos al norte a Colán, Co-lán, en Piura, ¡dile Trujillo!, el pobre infeliz no debe tener idea de qué diablos es Colán, a Trujillo, señor, la carretera a Trujillo, ¿por allá?, sí, sí, ¿tres cuadras derechas?, ah, ¿tres cuadras y a la derecha?, gracias, gracias, ¿sí?, ah, y de ahí sigo hasta el desvío, ¡qué desvío!, ¿qué desvío?, ah, el cruce, ¡qué cruce!, ya, ya, ¿tres cuadras y a la derecha y de ahí por el cruce a la izquierda y entramos a la carretera?, pero, ¡qué cruce!, gracias, muchas gracias, pero…, ya maneja, pero…, maneja no más, ya entendí, sigues tres cuadras de frente, volteas a las derecha, continuas hasta que te topes con un muro, ¿un muro?, sí, un muro, le llaman el cruce, en el muro volteas a la izquierda y ya estamos en la carretera…
Claro, las tres cuadras eran seis, el cruce era un semáforo en medio de una callecita ridícula y el famoso muro no era más que la triste pared de una fábrica que cortaba el paso y obligaba, sí o sí, a seguir a la izquierda.
Nadie habla. Atrás, Di duerme en posición fetal, descalza, perfectamente acomodada en sus setenta centímetros cuadrados, aferrada en su compacta anatomía al respaldar del asiento; Él se desparrama por todo el espacio disponible, dobla una pierna, luego la otra, se pone de un lado, luego del otro, ja
la el cinturón de seguridad que odia pero que su histeria jamás permitiría desabrocharse, se mueve para aquí y para allá, se arrastra en todos los rincones disponibles en esa lata de sardinas que le devora la paciencia mientras hace picadillo de su espalda sobre abusada por los “itantos” kilos que los años le fueron acumulando en el vientre; Ella se mantiene alerta, derecha, en actitud de combate, mirando cada letrero, cada señal en el camino, conversando con Eme para que no duerma, previniendo cada luz que aparece en lontananza, maldiciendo choferes y recordando madres que no ha conocido; Eme, impávido, como en piloto automático aprovecha la complicidad de la noche y la soledad de la carretera para exigirle a la camioneta un par de kilómetros más por hora, mientras el quejido del motor se pierde tras los ronquidos con los que Él, como tren de sierra, los acompaña hasta Trujillo…
©José Luis Mejía
Lima, 27 de marzo del 2004
Los de verdad no se despiden
6. Trujillo
Llegaron a Trujillo muy entrada la noche. Un poco a tientas y otro poco preguntando, hallaron el hostalito donde iban a descansar antes de proseguir viaje a Colán… Era una casa vieja convertida en pensión que, en su poco espacio y en los tres pisos que le daban forma trataba de reunir todo lo que los hoteles de cinco estrellas tienen en varios miles de metros cuadrados. Lo que más llamaba la atención era la habitación múltiple, donde se arrumaban inimaginablemente juntos, una computadora «con acceso a Internet», un gimnasio de esos múltiples que en un sólo aparato llevan como diez o doce diferentes palancas para igual número de distintos músculos a ejercitar y, al fondo, un par de sillones que convertían el lugar en la sala de reuniones del hostal. La recepción era una pequeñísima barra al estilo de los bares antiguos que cubría la entrada a un cuarto muy reducido donde otra computadora aparentaba ser aquella donde se imprimían las facturas. Junto a la máquina un estante pequeño con gaseosas y algo de comida chatarra, y en el marco, donde debió existir alguna vez una puerta, un cartel declaraba desafiante «prohibido el acceso a personas ajenas a la administración».
El recibimiento fue cálido. Una guapa trujillana sonreía mientras confirmaba que eran ellos los que habían estado atormentándola desde el lunes con el depósito bancario que garantizaba las dos habitaciones comúnmente vacías, pero que, en tiempos de fiestas, se convierten en productos indispensables y escasos. Ya en el portón principal había aparecido, al arribo de la expedición, un botones legañoso y somnoliento que no supo explicarles lo que entendieron luego por necesidad, el hostal no tenía estacionamiento pero veinte metros más adelante, una cochera particular podía abrir sus puertas, a pesar de ser casi la media noche.
¿Y qué estacionamiento será ese?, como cualquier otro, ¿habrá que bajar todo el equipaje?, supongo, no vaya a ser que mañana no aparezca nada, ¡qué problema!, ¿cuál es el problema?, bajar todo este caos, a estas horas, tan cansados, sólo por la ropa de dormir… ¿y la ropa de mañana?, ¿o piensas quedarte con la misma ropa cochina? Bueno, yo no sé él, pero yo este buzo no me lo quito hasta llegar a Colán, ¡qué!, no exageres, además, ni que se hubiera ensuciado en el carro, pero, al menos, ¿te cambiarás de ropa interior, no?, ¡no seas tontín!, ¿cómo se te ocurre que voy a quedarme con el mismo calzón dos días! ¡qué palabra más fea!, ¿cuál?, ¿cómo que cuál?, ya señorita, señor, señores…, creo que estamos agobiados de tanta carretera y el nivel de la conversación está degenerando, mejor… ¡qué degenerando ni qué nada!, okey, pero no hay por qué gritar…, ¡quién grita!, ¿te escuchas?, ¡así hablo yo!, no es mi culpa, bueno, si tú lo dices, en todo caso, ¿qué hacemos?, lo dicho, cargar con todo, ¿con todo?, sí, con todas las maletas, además, si se fijan, allí está el señor del hostal que ha venido a darnos una mano…
Ya se encontraban en sus cuartos, las chicas en una habitación, los chicos en la otra, ¡pero si estamos casados!, pero ellos no y no van a dormir juntos, ¿no?, no sé, problema de ellos, ¿no?, ¡no!, ¿por qué no, acaso no son camas separadas?, ¡porque no y ya!, y no empieces a cargarme… Y Él se fue a un cuarto con tres camas y arregló sus cosas maniáticamente sobre la mesa de noche como lo hace todos los días. Abrió el maletín, buscó la ropa de dormir, se lavó los dientes y se tiró en la cama. Eme, seguía en el cuarto de ellas conversando de lo lindo que era Trujillo y cómo debían aprovechar esa noche para darse una vuelta.
¿Una vuelta?, no ni hablar, estoy cansado, vayan ustedes, yo me quedo acá, como ven, ya estoy por cambiarme y están dando una película buenísima, ¿buenísima?, sí, ¿cómo se llama?, ni idea, es de un pueblo fantasma donde los muertos salen de noche, ¿cómo puedes ver esa basura?, y a ti qué te importa si me gusta, ya, déjense de discutir tonterías, ¿vienes o no?, no, ni loco, estoy cansado y mañana hay que partir temprano para recibir el año nuevo en Colán y conociéndolos se van a quedar hasta las quinientas y voy a estar muerto, claro, como si manejaras, igual, es cansador, ¿o no?, sí, sí, en fin, quien quiera que vaya y quien quiera que se duerma, ¿te parece que sea una decisión democrática? no, no me parece, nunca estamos juntos y ahora sería lindo ir a ver la Plaza de Armas, todas las plazas son iguales, y esta peor, ¿peor?, ¿no la viste al pasar?, llena de lucecitas en forma de trineos, renos , angelitos y toda esa tontera, ¡no te burles!, no me burlo, simplemente digo lo que es, dices mal, se trata de una expresión artística, ¡qué expresión va a ser!, es parte de la huachafería nacional, exagerado, sobrecargado, lleno de luces multicolores, una feria de pueblo, ¿y?, ¿no eres tú el socialista?, no, no soy socialista, ¿comunista, entonces?, tampoco, te he dicho mil veces que me adhiero al pensamiento anarquista que, aunque teóricamente es hermoso porque se trata de llegar a un momento en el cual nadie quiera gobernar y nadie deba obedecer, ¡esas son idioteces!, no, no son idioteces, se llaman utopías, palabra que, para tu conocimiento, viene de las voces griegas «u» que es negación y «topos», que es lugar, como topografía, ¿entiendes?, un lugar sin lugar, un lugar inexistente, ¡ah, no!, ¿cómo te soporto?, ¡ya empezaste!, ¿pero qué pasa chicos?, lo de siempre, el pedante le está dando una lección de semántica, filosofía y política, ¿todo junto?, masomenos, o sea, una mazamorra… ¿no te digo?, lo de siempre… bueno chicos, déjense de discutir como niños y vámonos a conocer el pueblo, ¡ja!, ¿de qué te ríes?, ¿no ves?, ¿ver qué?, hasta Di lo dice, «el pueblo»…
Y se fueron ellos y Él se quedó feliz, disfrutando de su bendita soledad, con una de esas películas absolutamente estúpidas que no dan oportunidad alguna para pensar y una tonelada de chocolates y galletas que quedaban de las provisiones traídas de casa. Se duchó largamente, liberó cuerpo y mente, se puso la ropa de cama y se echó cuan largo y ancho era a disfrutar de la maravillosa nadería de perder el tiempo. Al rato, ya estaba dormido.
Ellos no llegaron muy lejos, a pocas cuadras se encontraron con un restaurante típico del lugar y Eme se despachó con un plato de esos que sólo los estómagos probados son capaces de enfrentar al borde la medianoche. Di se comió una lechuga porque vive a dieta para que el bikini calce a la perfección (como calzaría mas adelante, allá, frente al mar, según Él estimara luego de una concienzuda reflexión). Ella se tomo una sopita, un caldito de gallina o algo que se le parecía, muy sabroso, rico, calentito y, sobre todo, ligero porque sólo un bárbaro puede comerse un lomo saltado a esas horas de la noche, estás loco, eres un irresponsable, si te enfermas nos malogras el viaje a todos y demás etcéteras…
La noche pasó con la velocidad del cansancio que llevaban encima, Él se despertó temprano mientras Eme aún roncaba en una desesperada lucha de sus jugos gástricos por digerir el medio kilo de carne, cebolla, papas fritas y arroz del que sólo pocas horas atrás había dado cuenta. Serían las ocho de la mañana cuando Él abrió la llave de la ducha, en la mañana descubrió que había menos presión de agua y apuro el aseo; ya se había afeitado, así que, quince minutos antes de las nueve, tras cumplir con sus ritos interminables de secado porque mi papá fue diabético y me enseñó que había que secarse bien cada parte del cuerpo, sobre todo los pies, allí se acumula la humedad y no sólo salen hongos sino que en los diabéticos es una caldo de cultivo excelente para las infecciones que terminan en amputaciones, ¡pero si tú no eres diabético!, sí, claro, pero nunca se sabe y así se la pasaba media hora de tal manera que no hubiera microorganismo alguno capaz de sobrevivir en la sequedad de una epidermis que, de tan deshidratada termina siempre cuarteándose, ¡es
un lío!, ¡el lío eres tú, que eres un maniático!, solamente tomo precauciones, y ya ves en lo que terminas, ahora tienes que ir al médico a verte esa sequedad, no exageren muchachos, si es sequedad, basta con un poco de crema humectante, miren justo acá traje una de Victoria´s Secret, oh!, sorry?, no seas tarado, ponte la crema y vamos, que ya se ha hecho tarde, además vas a oler lindo, es sabor a pera…
Porque ellas ya se habían despertado, temprano, muy temprano. Antes que ellos. ¿Cómo me puedes hacer esto, Di?, ¿pero por qué?, ¿cómo que por qué?, en Lima estás hasta el medio día durmiendo y si te llamo antes de la una me respondes con una voz de ultratumba impresionante, y ahora, te has despertado tempranísimo, ni tanto, gorda, ni tanto, ¡te has empezado a mover desde las seis de la mañana!, y eso que me aguanté un rato para no molestarte, sorry, es que cuando viajo, no sé por qué, me da por madrugar y una vez que me despierto ya no me queda otra que levantarme porque detesto estar dando vueltas en la cama, así que me levanté para alistarme, ¿alistarte?, ¡me despertaste con el ruido de la depiladora!, bueno, vamos a la playa, ¿no?, y no bastándote con eso empezaste a secarte el pelo y a planchártelo ¡para estar las próximas doce horas metidas en un carro!, nunca se sabe con quién puede encontrarse una, claro, claro, ¿y por eso también te hiciste la pedicure y moviste todas las maletas y te probaste cada uno de los trescientos pares de zapatos que has traído mientras yo hacía lo imposible para dormir?, vamos gordi, no reniegues, que te arrugas…, no reniegues, ¡no reniego!, jajaja, ¿y los chicos?, ni idea, roncando felices, seguramente, no, no, mira, justamente el que husmea por la ventana es tu marido, ¡gordo, qué haces!, nada…, estaba la ventana abierta y pensé que seguían durmiendo, ¡eres de lo peor!, ¡picarón!, ¿será por eso que te casaste conmigo…?, ja, ja-ja, ya, ya, no empecemos, entra gordo, ¿cómo, ya desayunaron?, hace rato, si Di se levantó a las seis de la mañana y no me dejó dormir más porque empezó a depilar…, gordita…, está, está bien, nos despertamos temprano, y yo que venía a decirles que pidieran su lechecita de una vez que se hacía tarde, ¿tú ya desayunaste?, sí, sí, ¿y Eme?, ahí, se levantó hace un rato, pero se baña rapidísimo, no sé cómo hace, será que no pierde media hora secándose obsesivamente como un loco, bueno, ya sabes que mi papá…, ¡no empieces!, lo cierto es que Eme está terminando su desayuno, arreglen sus maletas que debemos dejar la habitación antes de irnos, ¿y qué hacemos con la cosas?, las ponemos en el carro, ¿no te parece?, esa parte ya la sé, pero no querías ir a visitar el Museo del Juguete, ¡por supuesto!, ¿entonces?, entonces nada, cómo será que pelean que se escucha hasta en mi cuarto, llevamos todo al carro, buscamos una playa de estacionamiento segura cerca del museo y ya está, vamos, lo visitamos y de allí partimos a Chiclayo, quiero estar allá para el almuerzo, ¡me muero de ganas de un arroz con pato!
©José Luis Mejía
Lima, 20 de abril del 2004
Los de verdad no se despiden
7. El Museo del Juguete
A ver si ahora sí son un poco más ordenados y no tiran los maletines como si fueran sacos de papas, ya no empieces, ¡cómo que no empiece! Mira cómo han dejado el carro, parece un chiquero, eso se lo debes decir a Él que se tragó una docena de paquetes de galletas durante el viaje, no, no fueron tantas, ¿y las botellas de gaseosa?, y los empaques de dulces, ¡un asco!, ay, ya no reniegues, que es un día hermoso, soleado y Trujillo brilla, vamos a pasear un rato antes de continuar el viaje, ¿pasear por acá?, ¿qué, no se supone que estamos de viaje?, en los viajes se pasea, sí, pero ya son las diez de la mañana y no vamos a llegar para recibir el año en Colán, no seas exagerada, por supuesto que llegamos, y, como sea, yo no me voy de Trujillo sin conocer el Museo del Juguete, ¿museo del qué?, del juguete… ¿qué es eso?, ¿nunca has escuchado hablar del museo del juguete?, jamás, tan culta que parece la señorita, ya no empieces a fastidiarnos con tu «cultura» y explícale de una vez, bueno, bueno, ¿sabes quién es Chávez?, ¡claro!, un héroe o algo así, ¡ya sé!, un aviador, sí, un aviador, peleó en una guerra, ¿no?, y creo que se lanzó contra los enemigos cuando lo derribaron…, ¡sí!, sí, su retrato salía en unos billetes antiguos, ¿o no?, ¡ja,ja,ja,ja!, ¡de qué te ríes!, ¿no se apellidaba Chávez? ¡Dios!, ¡No!, no, ese que tú dices es Quiñónez, ¡ah, ya!, siempre se me confunden, ¿Chávez es el que pasó los Andes?, claro, creo que los pasó y se mató o algo así, los Alpes, preciosa, los Alpes…, ah, ya, bueno, ¿es más o menos lo mismo, no?, bueno, es como a unos cuantos miles de kilómetros de distancia, pero claro, sí, es la misma cosa, un montón de tierras y piedras, ¿no?, ¡no te burles de mí!, ¿burlarme yo?, ¡cómo sea!, bueno, no me refiero al aviador, me refiero al artista, ¿artista?, sí, ¿el pintor? ¡eso!, ah, Ángel Chávez, ¡no!, no, Ángel murió hace unos años, yo estoy hablando de Gerardo… ¡ah, Chávez!, sí, Chávez, ah, ya claro que sí, si mi tía, ¿quién, la ricachona?, no empieces gordi…, bueno, ¿qué pasa con tu tía?, mi tía tiene un Chávez en su sala, ¿es carísimo, no?, bueno, es el mejor pintor vivo que tenemos, ¿pero no vive en Europa?, no, pasa un tiempo pintando en París y otro en Lima, pero donde ha hecho un gran trabajo por la cultura es acá, en Trujillo, donde nació, a ver, «Pequeño Larrouse», danos la charla informativa, ¿ya?, ¡qué graciosa!, en serio, ¿qué ha hecho Chávez?, bueno, además de ser uno de los pintores surrealistas más importantes y famosos, se ha empeñado en traer la cultura a su tierra natal y ha construido un centro cultural, donde no sólo está el único museo del juguete del país sino que, además, tiene una librería y un café que dicen que es una maravilla, ¿será café colombiano?, no, querida, no me refiero a la bebida sino al local, que, según leí en una entrevista, tiene un aire europeo, ah…, ah, ¿pero como dices, «dicen que es» «según leí», ¿no has estado nunca allí?, no, hace años vine con Telmo, su hijo, ¡ah!, ¿lo conoces?, sí, sí, ¿te parece extraño?, siempre el pe ele, ¿pelele?, pe ele, pe ele, Pequeño Larrouse, ah…, siempre ha sido amigo de todos los intelectuales del país…, no seas payaso, ¿quién?, ¿yo?, no tu abuelita, ya, chicos, ya, sucede que hace mucho fui profesor de Telmo en la universidad y nos hicimos muy amigos, vinimos hace años y vimos cómo estaban reconstruyendo el local del centro cultural, era una vieja casona trujillana que se caía a pedazos, la remodeló todita y me dicen que ha quedado hermosa, recuerdo que entonces estaban trabajando los carpinteros, con los enchapados de los techos, y no puedo pasar por Trujillo sin visitar el museo, ¿o sea?, o sea que nos vamos para allá, ¡vámonos, pues!, ¿ya acomodaron todo?, bueno, como sea, todo esto es un caos, pero vámonos ya, que tenemos que almorzar en Chiclayo…
La ciudad de Trujillo brillaba bajo el sol radiante del verano, las casas no se veían tan viejas y las calles se inundaron de vendedores que, a última hora, quieren venderle a los supersticiosos el calzoncito amarillo, los cohetecillos prohibidos, las luces de bengala, el espumante barato, el panetón en bolsa, la chicharra, los pitos, las cornetas, el papel picado de colores, las guirnaldas y cuanto adorno sobrante les queda de la reciente venta navideña, con el pretexto de que serán los elementos indispensables (junto a las doce uvas, las maletas vacías que se pasean alrededor de la casa y la botella vacía que se hace rodar bajo la mesa) para recibir un extraordinario año nuevo, lleno de promesas y sueños a realizarse y exorcizar el viejo que se va con su carga de fracasos, deudas, tristezas, lejanías y difuntos.
¿Sabes, al menos, dónde queda el bendito museo?, bueno, no recuerdo la dirección, pero es a dos cuadras de la Plaza de Armas, lleguemos hasta allí y le preguntamos a cualquiera, todos deben de conocerlo.
Y preguntaron. La señora que vendía helados no tenía la menor idea de lo que era un museo pero amablemente declaró que los juguetes se compran en la tienda, señor, allá, en la otra esquina hay una bien grande y venden todo tipo de juguetes, de los baratitos y esotros tan caros que ya nadie los compra; el que cuidaba los carros en la Plaza de Armas, más acostumbrado a los turistas, les dijo que ese tipo de museos sólo existían en Lima, ¿conocen Lima?, porque conozco una agencia de viajes buenísima aquisito no más; el señor ése, blancón y afeitadito que «debe ser gente culta» porque andaba bien vestido y miraba con cara de ser un viejo y aristocrático trujillano paseando sus últimos días bajo el sol veraniego, que les dijo «sí, sí, claro, sigan de frente, tres o cuatro cuadras» y las calles no llevaron a ninguna otra parte que no fuera un tránsito insufrible.
Ella manejaba renegando y maldiciendo por el bendito museo que nadie conocía y se la pasó contando de cuando se fue con su mamá buscar al niño Jesús de Praga y se la pasaron tres días buscando en un país inundado de ateos que no hablaban inglés, tratando de averiguar por la «famosísima imagen» que nadie conocía, Di remoloneaba atrás de la camioneta enfundada en su atrevido pantalón de viajera que recataba con una larga camisa que escondía las virtudes de sus formas, Eme se burlaba de todo porque había amanecido de buen humor y Él maldecía en lenguas desconocidas porque no entendían cómo los trujillanos no conocían el único museo del juguete que hay en el país y que Gerardo, como un homenaje a su tierra ha construido acá, pero, al parecer, estos ignorantes no tienen la menor idea de la maravilla que tienen, y su perorata se vio interrumpida cuando Ella, decidida, hastiada del tráfico y molesta con tantas vueltas que iban dando, decidió meterse en la primera playa de estacionamiento que halló a su derecha, al grito de y me importa un pepino dónde esté el museo ése, desde acá caminaremos, ya me harté de manejar y se acabó.
Ante tanta decisión nada pudieron los otros. Bajaron de la camioneta, ¿pero, y, las cosas?, ¿qué cosas?, ¿cómo que qué cosas?, ¿y nuestro equipaje?, no seas neurótico, ¡ya empezaste a atacarme!, ¡si quien empieza eres tú con tus manías! ya, ya, no digo nada, que se roben todo, pues, qué me importa, mi libro, lo llevo en la mano, y salieron de allí y empezaron a caminar formulando la mágica pregunta a cuanto cristiano pasaba por la vereda. Unos sabían o creían saber, algunos daban indicaciones sin saber nada y otros nada entendían, lo que mantenía unánime era la mirada, entre curiosa y sorprendida, que le lanzaban a este variopinto grupo de sujetos disfrazados de turistas pero que hablaban en el más criollo de los lenguajes. Siguieron andando hasta que, por supuesto, vieron a un policía que cuidaba las puertas de un banco atiborrado de clientes que, a última hora, buscaban unos billetes para poder gastárselos libremente en la celebración de esa noche y (a pesar de la mala experiencia del día anterior con los uniformados de
la carretera) se animaron a preguntarle, jefe, sabe dónde queda el Museo del Juguete, ¿el museo del…?, del juguete, ¿lo conoce?, sí, sí, claro, por supuesto, el museo del juguete, sí, ese museo, ah, claro, claro, no esta lejos, está por el otro lado de la calle, en la esquina volteen a la izquierda, vayan hasta el otro banco, ¿otro banco?, no se van a confundir, es más bonito que éste, y es el mas grande que van a encontrar en toda la ciudad, lleguen hasta allí y giran a la derecha, una o dos cuadras, creo, ¿cree?, pero no se hagan problemas estamos en provincia y acá todo son muy amables, ¿no?, sí, sí, claro, por supuesto, gracias, jefe, gracias, ¡ya, larguémonos de una vez!, ¡shssst!, ¡puede escucharte el policía y lo vas a ofender por las puras!, ¡cómo que por las puras, si es un inútil!, ya, ya, chicos, no discutamos y sigamos caminando como quien hace turismo, ¿no?, sí, claro, además, este tipo está perdidazo, ¡y todo es culpa tuya!, ¿mía?, claro, ¿a quién se le ocurrió ir al museo?, la idea fue mía pero todos la apoyaron, además, no puedes pasar por Trujillo sin visitarlo, okey, okey, ¿pero no sabes ni siquiera el nombre de la calle?, no, ¿y cómo pretendes que lleguemos?, ¡se suponía que todos conocían el lugar!, chicos, chicos, no peleen, creo que hemos preguntado a las personas equivocadas, a ver…
Y, claro, el botones del hotel ése, por donde pasaron en la búsqueda, sabía perfectamente la dirección y los guió con la precisión de un boy scout y la paciencia de una maestra de jardín de infantes. Estaban dando vueltas hacía veinte minutos y se encontraban a sólo dos cuadras de su objetivo.
Llegaron. Una casa imponente, antigua pero hermosa, refaccionada hasta en su última madera. Una escalera lleva directamente al segundo piso donde se encuentra el Museo. En la puerta hallaron al Wilmer, ¿Wilmer?, sí, Wilmer, lo conocí hace años, trabaja desde chico en la casa de Gerardo, cuando vine a Trujillo él estaba estudiando todavía y trabajaba haciendo de todo un poco en la casa, ¿en esta casa?, no, no, en la casa que Gerardo tiene a las afueras de Trujillo, es hermosa, algún día tenemos que ir… ¿Sí, buenos días?, por favor cuatro entradas para el museo, perfecto, es tanto, okey, yo pago, bueno, si desean los puedo guiar… no, no, no se preocupe, nosotras vamos por nuestra cuenta…, así son, no les hagas caso, no les gusta que las guíen, son autosuficientes, ja, ja, ja, ja, bueno, en realidad no necesitan guía, todo está muy bien explicado, sí, sí veo, Gerardo hizo un gran trabajo, ¿lo conoce?, sí, claro, y te conozco a ti también, hace unos años vine con Telmo, ¿recuerdas?, tú estudiabas Comunicaciones o algo así en la universidad, sí, sí, Comunicaciones, terminé hace un par de años y ahora me encargo del Museo, ¿cómo están Gerardo y Bibiana?, bien, muy bien, están por venir, ¿están en Trujillo?, no, no, están por llegar esta tarde, creo, o mañana, no recuerdo bien, qué lástima, me hubiera encantado saludarlos, sí, pues, ni modo, otra vez será, no se preocupe, yo le doy sus saludos…, gordito…, ¡gordo!, ya voy, ya voy, la jefa llama, vaya, vaya, pero dime, es este un mal día, no veo gente, bueno, es fin de año, los escolares, que son los que más vienen están de vacaciones, no mucha gente tiene amor por los juguetes, claro, se olvidaron que fueron niños, y los medios no ayudan, no difunden noticias del museo, se hacen los sordos, como que les molesta que exista un lugar como éste en Trujillo, ¡pero si serán tontos!, en todo el país no hay un museo así y, encima, lo ningunean, claro, en el país, si no adulas al periodista o no lo invitas a tomar una cerveza, ni caso te hace, esas me las sé de memoria, pero es un desperdicio, ¡por supuesto!, en cualquier otro país del mundo estaría reventando de gente, sí, mire, mire cómo promocionan en Europa los museos del juguete, vea todos esos afiches y acá, nada, ya lo sé, nada, no te preocupes, eso habrá que denunciarlo, voy a escribir un artículo al respecto, contando que estuve en Trujillo y cómo desperdiciaban los propios trujillanos la posibilidad de conocer este lugar…, ¡gordo!, ¿vienes o no?, ya va, ya va, vaya que la señora se impacienta, sí, sí, ya voy…
Y pasearon frente a las más variadas piezas de todos los tiempos, desde los juguetes con los que se divertían los habitantes de la América prehispánica hasta los carritos de los cincuenta. Realmente un lujo. Muñecas de biscuit de todas las formas y tamaños, casitas con tantos detalles que podían contarse los cubiertos en la mesa del comedor, un triciclo que algún viejo trujillano utilizó a comienzos del siglo XX, trompos, automóviles de todas las formas y colores, de todos los tiempos, esos de metal pintados probablemente a mano, coches de bomberos, patrulleros, ambulancias, autos de paseo y carretas viejas; un juego de legos de metal impresionante, no como esos de plástico que se quiebran al primer maltrato, no, sino de fierro, con tamaños distintos capaces de crear las más alucinadas formas geométricas. Más allá, un trencito eléctrico coronando la sala mayor, inmenso, hermoso, con dos o tres curvas peligrosas que libra perfectamente, un túnel oscuro e interminable y un puentecito perfectamente equilibrado por donde media docena de vagones arrastrados por la poderosa máquina, con silbidos y pitos, recordaban a los viejos trenes que aún hoy pasean su orgullo por las rutas más intrincadas de la sierra; maravilloso. Sólo unos pasos más allá, un ejército de soldaditos de plomo, completo, completo, con la infantería numerosa, la caballería altiva, los cañones amenazantes, los abanderados, tiendas de campaña y un cuartel general con oficiales definiendo las últimas tácticas y estrategias para derrotar al invisible enemigo que aguarda detrás del vidrio. Y luego, una serie interminable de juguetes de mil formas y de mil estirpes, desde los que usaron los pantorrilludos niños de la aristocracia nacional hasta los sencillísimos tallados en madera, con los que se divirtieron los hijos del pueblo; no podía faltar, por supuesto, un caballito de madera que recuerda el tiovivo imposible y la infancia provinciana e inocente. Al final, en un cuarto especial, los juguetes con los que nuestros antepasados infantes se distraían, sin sospechar que allende los mares los imperios se alzaban y se derrumbaban como castillos de naipes mientras Colón y su gavilla se lanzaban al Mar de las Tinieblas, rogando al Dios cristiano que los cálculos fueran correctos, que los sabios antiguos tuvieran razón y que, en vez de monstruos y abismos, encontrarían Cipango.
Buena idea, gordo, buena idea, estuvo buenísimo el paseo, valió la pena dar tantas vueltas, ¿no les dije?, sí, pero tengo que ir al baño, y yo me muero de sed, qué hacemos, calma, calma, acá abajo está el café del Museo, ¿vamos?, ¡vamos!, buenas tardes, ¿tardes?, sí, ya son más de las doce, buenas…, ¿tiene café?, sí, señorita, perfecto, entremos, disculpe, ¿y el baño?, por acá por favor, gracias, gracias, y ustedes, señores, que van a servirse, bueno, podríamos comernos alguito, ¡estás loco!, si vamos a almorzar en Chiclayo, ah…, pero igual, alguito, ¿no?, ¿un piqueíto?, no vamos a venir sólo a tomar un café a este lugar tan hermoso, ¿no?, ya, ya, okey, pidamos algo y hagamos feliz al gordito, ¿nos recomienda el piqueo especial?, ¡por supuesto!, tres cafés, una gaseosa light, ¡qué descarado!, igual peor sería con azúcar, ¿no? y el especial, pero bien servidito, ¿ya? Ah, eso sí, comemos rápido, ¿por qué?, ¿cómo que por qué?, aún nos quedan más de cien kilómetros hasta Chiclayo y ¡yo me muero por comerme mi arroz con pato!
©José Luis Mejía
Lima, 12 de junio del 2004
Los de verdad no se despiden
8. Arroz con pato a la chiclayana
¡Nos vamos y nos vamos!, ya son más de las doce y así jamás llegaremos a Chiclayo y menos a Colán, vamos a terminar recibiendo el año nuevo en medio del desierto de Sechura, bueno, no deja de ser novedoso, y romántico, ¿no?, ¡no empiecen!, ¿pero qué tiene de malo?, ¿tienes algún apuro?, ¡sí!, si mal no recuerdo estamos invitados a la casa del papá de Ricardo a recibir el año nuevo, ¿o no?, bueno, pero no es para tanto, además, ni se preocupen, yo manejo en el desierto y la hacemos, ¡la hacemos!, ¡estás mal de la cabeza!, ¿Y por qué no, gordis?, ¡no recuerdas que el animal éste la última vez que atravesó el desierto lo hizo a doscientos cuarenta kilómetros por hora!, no te preocupes, esta cafetera no llega ni a ciento treinta y vibra tanto que no me atrevería a correrla demasiado, ¡cómo que cafetera!, ¿otra vez?, pero no puede estar hablando mal de mi camionetita, que además, es una bala…, sí, una bala perdida…, jajajaja, ¡ya, córtenla!, lo único cierto es que estamos a mitad de camino hacia Chiclayo, ya es casi la una de la tarde y aún nos faltan doscientos y tantos kilómetros hasta Colán…
Y la camioneta siguió su rumbo sin detenerse ni porque tengo que ir al baño o la gasolina se está acabado o anda más despacio que nos matamos, nada; la decisión estaba tomada y los cuatro lunáticos andaban ya entusiasmadísimos con la idea parar en Chiclayo a devorar un «arroz con pato», plato tradicional que había logrado poner a esa ciudad norteña en el mapa de los centros culinarios más importantes del país. La carretera anduvo limpia, ningún salvaje se cruzó en medio de la pista y no hubo peligro alguno de perder la vida en esas curvas peliagudas donde los camioneros miopes tratan rebasar a los carros menos entusiastas bajo el riesgo de perder la carga y, con ella, la vida de los infelices que vinieran, en sentido contrario, por el carril invadido a fuerza de bravuconada, nopasanada y ligereza. Esa tarde del treinta y uno de diciembre los automóviles aparecían tranquilos, ya sea al frente, a través del parabrisas, viniendo hacia Lima en el intento homérico de consumir más setecientos kilómetros antes de la medianoche, o por el retrovisor, cuando trataban de acercarse en la lucha ciega por llegar hasta el norte que cada quien tenía claro en sus planes pero que se miraba tan lejos para todos a esas alturas de la vía rápida. Los autobuses, colmados de pasajeros, avanzaban raudos por las pistas como queriendo recuperar un tiempo irremediablemente perdido en el tráfico de las ciudades y en los controles policiales que a estas alturas del año se hacían odiosamente constante, no tanto por la preocupación de la autoridad por la seguridad ciudadana sino porque usted sabe, señor, cómo están las cosas, y en la Comisaría no hay ni para comprar papel para hacer las denuncias…
Ellos iban animados, el paisaje norteño aún conservaba valles que iluminaban de verde lo árido de la desértica costa que recorrieran hace más ciento ochenta años las tropas del Libertador San Martín, siguiendo los sueños monárquicos del contradictorio emancipador… Sembríos por aquí, vaquitas por allá, casas grandes y pequeñas, casuchas, cabañas, gente simple, pobladores andando ya sea a lomo de burro o a pie, sin mala cara, sin quejas, sin otro rostro que una especie de felicidad indescifrable que se parecía más a la paz de un convento de monjas de clausura felices de su decisión que al jadeante entusiasmo de una pareja bailando hip-hop toda la noche. La felicidad de los sencillos, ¿se han dado cuenta de eso?, ¡de qué!,de la felicidad que los campesinos llevan en el rostro, ¡qué va a ser!, si no tienen comodidades, por eso mismo, ¡ya estás hablando tonterías!, ¿no sabes que el promedio de vida en el campo es como diez años menor que el de la ciudad?, ¿y esos viejitos que vimos en la mañana?, ¡Dios!, no seas ingenua, diez o veinte viejos…, ¡eran dos!, igual, dos o veinte, no hacen ninguna diferencia, no significan nada, las estadísticas dicen…, ¡y a mí qué me importan las estadísticas!, tú defendías este ambiente bucólico, jamás dije «bucólico», pero, igual, lo pensaste, ¡y!, ¿y?, sí, ¿y qué importa si lo dije o no?, lo cierto es que el ambiente es distinto, salimos de las ciudades y la gente es más…, más…, ¡más gente!, ¡vaya definición!, ¿por qué se pelean, chicos?, ya, córtala de una vez con tu historia del buen campesino y de la felicidad de los pobres, ¡cómo van a ser felices, si no tienen ninguna de las comodidades de la ciudad!, ¡claro!, no saben que es un cidi pleyer, ¿o sí?, no tengo idea, «villamarian», pero no me refería a eso, yo estaba hablando de hospitales, medicinas, acceso a la justicia… ¿y?, ¡además, yo no soy del Villa!, como sea, lo cierto es que son felices, mira los rostros de los que andan en la ciudad, mira cómo reaccionan ante cualquier problema, por pequeño que sea, siempre molestos, con cara de pocos amigos, listos a recordarte a tu santa madre por quítame estás pajas, ¿quítame qué?, ¡por cualquier tontería!, ya, ya, a ver si se callan que estamos llegando… ¿tan rápido?, sí, si hablando idioteces el tiempo vuela…
¡Vamos a Lambayeque!, ¿estás mal del cerebro?, pero vamos que allá está el Señor de Sipán, sí, pero hoy es treinta y uno, ¿crees que alguien te va a atender?, pero si hoy no es feriado, ¡igual!, es provincia, seguro que ya cerró y, además, qué te apuras, al regreso lo vemos, ¿al regreso?, ¡ah, no!, estaremos muertos y ¿vamos a parar de nuevo?, ¡están locos!, ¡ni hablar!, el regreso es de un tirón, ¿o vamos a quedarnos a dormir en Trujillo?, a mí no me importa, total, estoy de vacaciones, ¡no, no!, tenemos que regresar el domingo sí o sí, el lunes tengo una presentación en la municipalidad, ¡y yo tengo grabaciones!, ¡ni locos!, a mí no me importa, total, estoy esperando que me salgan un par de negocios, y la primera semana de enero es muerta, si quieres nos quedamos los dos, ¿me das permiso?, si quieres…, ¡gordo libinodoso!, pero si Ella no se queja…, ¡pero yo sí!, bueno, ¡al diablo!, no sé si el domingo pasemos por acá, pero hoy no, el señor de Sipán tendrá que esperar, total, él se murió hace tiempo y yo me estoy muriendo de hambre ahorita…
Bueno, ¿a dónde vamos?, ¡ni idea!, ¿ni idea?, no…, ¿no has estado acá antes?, una vez, creo, de pasada al norte, ¡yo también!, hace un año cuando regresábamos de Máncora, «regresábamos», ¿y se puede saber con quién…?, ¡qué te importa!, ah…, con el patín ése, cómo se llamaba, gordis, no molestes, jajajaja, ¿bueno, y?, ¿y qué?, ¿adónde vamos?, ¡a almorzar!, genial, pero, ¿adónde?, ¡al mejor restaurante de Chiclayo, donde hagan el mejor arroz con pato!, okey, okey, ¿pero, cuál es ese lugar?, ah, la que sabe es Marisol, ¿Mari?, sí, su papá, en los buenos tiempos, se venía a almorzar acá a un lugar, ¿cuál era?, no sé, pero se venía y en el mismo día se volvía a Lima, llámala entonces, ¡okey!, …, …, ¿y? ¡nada!, no responde, no entra la llamada, no sé… ¿y Ricardo?, sí, sí, Ricardo tiene una hermana que vive acá, llámalo, ¡okey!, …, …, ¿y? ¡nada de nada!, las llamadas no entran, ¡maldita sea!, no empieces a renegar, a ver, busquemos una solución, ¡tu hermano!, ¿mi hermano?, ¿no lo llamas cada vez que quieres ir a un buen restaurante!, él debe de saber, ¡okey!, ¿aló?, ¡hola!, sí, sí, estamos en Chiclayo, sí, sí, vamos a llegar a Colán esta noche, no te preocupes, todo bien, bien, pero estamos en Chiclayo y queremos comernos un buen arroz con pato, ¿sabes cuál es el lugar indicado?, no…, bueno, ni modo, chaufis, besos, ¿qué pasó?, no tiene ni idea, nunca ha almorzado en Chiclayo…
¿No les parece que mejor cuadramos?, ¿cuadrar?, sí, estacionamos la camioneta y, en todo caso, tomamos un taxi si el lugar queda muy lejos, cosa improbable en este pueblo…, ni creas, no es tan pequeño como parece, el año pasado, uuuuuy, ¿con tu amiguito?, ¡ya, gordis, córtala!, bueno, bueno, déjens
e de niñerías, ¿qué hacemos?, buscar un lugar donde guardar el carro, una playa de estacionamiento segura, ¿segura, en este país?, bueno, como sea, una que no se vea tan de mala muerte, ya, ¿ya?, sí, ya, dejamos el carro y en un par de horas volvemos y no hay nada, ¡espero que en Colán acepten nudistas porque te van a dejar sin nada!, tú y tus exageraciones, ¿acaso pasó algo en Trujilo?, pura suerte, qué suerte ni suerte, tú que te dices el democrático y desconfías de todos, sí pues, este comunista de café, ¡nunca he sido comunista!, ¡socialista, entonces!, ni uno ni lo otro, anarquista, a-nar-quis-ta, ya, ya, ¿sabes qué es el anarquismo?, ¡ya déjate de idioteces y no empieces con tu complejo de diccionario!, okey, okey, chicos, no nos peleemos, ¡miren!, ¿qué?, allá hay un estacionamiento y parece grande y seguro, ¡vamos!, ¡sí, vamos!, ni modo, pues…
¿Y ahora?, sí, ¿y ahora que ya estacionamos en este lugar de mala muerte donde se van a robar todo nuestro equipaje, adónde vamos?, con esa mentalidad no vamos a llegar a ninguna parte, bueno, yo no fui el de la idea de la aventura, por mí me iba a Chile o Argentina por el fin de semana, ¡santo cielo!, ¿qué pasa?, que para éste, ¿éste?, para él, bueno, no hay otro destino que no sea Chile o Argentina, ¿y?, ¿te parece mal acaso?, ¡lógico!, el mundo es más grande que eso, sí, pero resulta que tengo grandes amigos en Chile y Argentina, ¿sí, y cómo así?, sus amigos los poetas, ¡ah!, ¡como si no tuvieras amigos en otras partes!, claro que sí los tengo, pero allí tengo más amigos y Europa me queda muy lejos para un fin de semana, y, además, es muy caro, todavía…, ¿todavía?, lógico, hay otras prioridades, la prioridad es una sola, ¡cómo sea!, ¡ja, te corregí!, ¡guau, qué triunfo!, ¡idiota!, ¿idiota?, ¡sí!, ¿todo porque me gusta ir al Sur, donde, además no hacer tanto calor, ¿y?, ¿cómo que y?, ¡detesto el sol!, ¡y por qué vienes a Colán!, por ustedes, por Marisol, por Ricardo, ¿ah?, no has oído que los lugares son los amigos que tenemos, ¡nooooooo!, que no empice, ¡se pone filosófico y no arruinamos!, ¿y Disney?, ¿ah?, ¿no quieres ir a Disney, gordi?, ¡ni hablar, me cae mal el ratón ése!, ¿el ratón?, se refiere a Mickey…, bien que cuando vaya le va a encantar, ¡sí!, así son los comunistas, ¡jajajajaja!, ¡no soy comunista!, sí, sí, ya sabemos, anarquista, eres a-nar-quis-ta, ¡no me remedes!, jajajaja…
¿Qué tal si dejamos estas discusiones para más tarde y almorzamos? ¡okey!, bueno, y…, ¿y?, ¿dónde almorzamos?, ¡donde vendan arroz con pato!, ¡dale, otra vez lo mismo!, ¿y qué sugiere el señor?, sugiero, más allá de tu encantador cinismo, que almorcemos en el primer lugar que encontremos…, ¡miren, ahí venden pollos a la brasa!, ¿estás loco, pollo a la brasa en Chiclayo?, ¿y por qué no?, porque no, porque en Chiclayo se come arroz con pato, ah, ¿y en dónde, se puede saber?, a ver, a ver…, ¿que tal si dejan de pelear y usamos la cabeza?, ¿perdón?, sí, es cuestión de preguntarle al primer tipo que veamos «aparente», ¿aparente?, bueno, «pituco», ¿pituco?, ¡Dios mío!, ¡le salió de nuevo el Villa María!, no gordis, te repito que yo no estudié en el Villa, ¿y entonces?, ¿entonces?, sí, ¿cómo es eso de buscar un «señor aparente»?, yo no dije señor, dije «tipo», ah…, pero no le falta razón, ¡claro que no!, sí pues, supongo que el mejor restaurante de Chiclayo es de pitucos y cualquiera de ellos debe saber cuál es, ¿no?, bueno, en realidad ese es un prejuicio, se sabe que muchos de los lugares más famosos en comida criolla son de origen humilde y… ¡ya!, no empieces de nuevo, pero, nada, mira, allá, ¿sí?, ¡a ése!, ¿ése?, sí, el gordito blancón, ¿o sea que todos los gorditos blancones son pitucos?, creo que estamos frente a otro prejuicio típico de la clase media limeña acomplejada, siempre buscando acomodarse…, ¡no, no!, ¿no?, ¡que te calles!, perfecto, luego no se quejen… uuuuuy, ya se ofendió, ya, ya, a ver, ¡señor!, ¡señor!
¿Entendiste algo?, ni papa, o sea, nada, cero, naranjas…, ¡ya!, no seas payaso, ¡Dios, qué genio!, ¡me muero de hambre..!, ya, ya, ¿qué dijo el pata? no sé, no se le entendió nada, que la casa del arroz con pato, de acá a seis cuadras y luego a la derecha, pero que también estaba la casa de la tía no sé cuántos y el arroz que hacen allí es magnífico y que, en realidad, en Chiclayo no hay un lugar donde el arroz con pato no sea delicioso y que también podríamos ir a los chalanes o no sé dónde…, ¡ese tipo es un imbécil!, ¡completo!, ¡y encima chauvinista!, jajaja, ¡de qué te ríes!, ahí está pues, su «señor aparente», ¡si no vas a colaborar, mejor no hables!, ¿estamos sensibles?, ¡no, hambrientos!, jajajaja…
A ver, ¿cuál es tu genial idea?, la misma que tuve al llegar al pueblo, comamos pollo la brasa, ¿ahí?, sí, ahí, ya han pasado veinte minutos y seguimos parados en el mismo lugar, al frente tenemos un rastaurante de comida rápida y nos quedan aún trescientos kilómetros de carretera, ¿les parece?, no, no nos parece, ¿hablas por todos?, supongo, bueno, creo que él tiene razón…, ¡ah!, no te amargues, pero ya es tarde, a ver, ¿qué tal si vamos a ver la carta y si hay algo rico comemos allí y nos vamos rápido al norte?, recuerda que en Colán nos esperan para esta noche…, ¡estoy de acuerdo!, ¿tú también?, bueno, no debes de negar que esta vez, sólo esta vez, tiene razón, hummmm, bueno, vamos, pues…
Señor, disculpe, pero esto no es un pescado a la plancha, tiene pan, es pescado apanado a la sartén, no señorita, ese es «nuestro» pescado a la plancha, así siempre ha sido, ¿puede llamar al administrador?,lo siento, no se encuentra, ha salido a almorzar, ¡genial!, el administrador almuerza en otra parte, ¡lindo lugar al que nos trajiste!, no sé si el pescado sea un desastre, además, ¡a quién se le ocurre pedir pescado en una pollería!, pero el pollito a la brasa está buenísimo, casi como en Lima… ¡qué vergüenza!, venir a Chiclayo y comer pollo a la brasa en un restaurante de quinta, ¡yo quiero un arroz con pato!
Pero, claro, jamás conocerían el arroz con pato a la chiclayana porque se pasó la hora, se hizo tarde, a Di se le indigestó el pescado guardado hacía un mes en el refrigerador de la pollería donde nadie pide pescado, Él dormitaba feliz con su pollo entero digiriéndose a través del desierto de Sechura, Eme se aferraba al timón y trataba de sacarle más de ciento treinta kilómetros a la camioneta que Ella, soberana, renunció a volver a tocar, indignada y con pésimo humor por culpa de un mozo que insistió hasta el final que el pescado a la plancha, en Chiclayo, se hacía, desde que él tenía uso de razón, apanado y en la sartén…
©José Luis Mejía
Lima, 2004
Los de verdad no se despiden
9. No hay vaquitas en el desierto de Sechura
¿Pero esta carretera no se acabará nunca?, bueno, son como doscientos kilómetros en línea recta, esa es una de las gracias de esta pista, ideal para probar buenos carros…
[Por el momento, la historia quedó trunca, ha de volver, sin duda, talvez continuándola periódicamente o, a lo mejor, como una breve novela, como los dioses, que ya tienen todo dispuesto, lo hayan previsto…
JLMH, AGOSTO 2004]
©José Luis Mejía