Crónicas desde Lima – archivo 2006-1

Lima, 31 de julio del 2006
Michelle sí, Néstor no (Hugo tampoco)

Más allá de lo que pueda pasar con el Perú en los próximos años bajo el gobierno de Alan García, cuya reincidencia presidencial puede llevarnos a repetir la catástrofe de los ochenta, este 28 de julio los peruanos y la comunidad latinoamericana hemos asistido a una celebración entusiasta y, arrastrados por la emoción del momento y por la esperanza necesaria e impostergable, le hemos dado a García un nuevo voto de confianza.

En América Latina estamos tan acostumbrados a los cuartelazos y a los golpes de estado que resulta histórico un cambio de mando democrático donde un presidente elegido por el voto popular le cede el paso a otro presidente cuyo poder, también, emana de las urnas. Estas ocasiones, tan extrañas, las celebramos en grande.

Para el cambio de mando este año llegaron al Perú los presidentes de Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, Honduras, Panamá y Paraguay, el Príncipe de Asturias y los vicepresidentes de Argentina, Guatemala, Nicaragua y Uruguay. Si bien el ausente anunciado fue Hugo Chávez, quien decidió no enviar a nadie a presentar los saludos del pueblo de Venezuela al nuevo presidente peruano (a quien sólo unos meses atrás calificó como “un ladrón y corrupto de siete suelas’), la ausencia inesperada (e inoportuna) fue la de Néstor Kirschner, el presidente de Argentina.

Tras las inconsistentes excusas diplomáticas para suspender su visita sólo veinticuatro horas antes del evento, Kirschner deja el disgusto de un desaire al pueblo peruano que, por muchas razones –culturales, históricas y geopolíticas–, siempre se ha sentido mucho más próximo del pueblo argentino que de cualquier otro del continente. De Argentina vino San Martín a luchar y proclamar nuestra independencia y a Argentina viajaron las aeronaves peruanas para vigilar y defender su espacio aéreo en plena Guerra de las Malvinas. En los más de ciento cincuenta años que corren entre ambas fechas, Argentina y Perú han mantenido un vínculo estrecho y fraternal. La repentina ausencia de Kirschner es una cachetada en el rostro de los peruanos.

¿Por qué Kirschner no vino al Perú? Su cercanía al presidente venezolano podría ser la más sencilla explicación. Con una América que empieza a dividirse en dos bloques claramente diferenciados por su aceptación o rechazo a Chávez, sus petrodólares y sus discursos incendiarios, Kirschner parece haber mandado un mensaje a García respaldando con su ausencia la posición chavista. En todo caso, este exabrupto le va a costar a la diplomacia argentina un buen tiempo para recomponer la fluidez de las relaciones con el Palacio de Pizarro, más aún ahora que el Palacio de la Moneda se encuentra, para el Perú, mucho más cerca que la Casa Rosada.

En tal sentido es significativo que Michelle Bachelet anunciara el envío de una carta bastante áspera a Kirschner (con respecto al tema del precio del gas que Argentina le vende a Chile) justo antes de abordar el avión que la trajo a Lima; en política nada sucede al azar y el gesto es mucho más que anecdótico en momentos en que el acercamiento de Chile y Perú es claro y la intención de estrechar los vínculos es manifiesta tanto en Bachelet como en García.

La visita de la presidente de Chile no ha podido ser más auspiciosa y su actitud y sus gestos han dejado una gratísima impresión en la gente. Decidida a establecer una presencia fraterna y cercana, Bachelet se mostró en situaciones diversas con la misma sonrisa serena y amigable y con el mismo comportamiento, sobrio pero cercano, con el que se ganó el aprecio de los peruanos. Participó en actividades políticas (entrevista privada con el presidente peruano), diplomáticas (cambio de mando en el Congreso y saludo protocolar), militares (invitada al desfile militar) y hasta culturales (visita a la Feria del Libro); en todas las ocasiones fue, para el público, la imagen de la amistad y la cercanía entre los pueblos. Verla cantando el Himno del Perú como una peruana más fue un gesto de cortesía y respeto que ha quedado grabado en la memoria popular.

Todos los países tienen intereses y pensar en las relaciones bilaterales en términos románticos sería ingenuo, sin embargo, la actitud y el comportamiento de Bachelet tienen la virtud de acercar a dos pueblos cuya historia común de desencuentros y malos entendidos, de rencillas y desconfianzas, hace muy complicado y escabroso el camino de la integración. Eso es lo que sentimos y eso es lo que rescatamos y agradecemos.

©José Luis Mejía


Lima, 10 de julio del 2006

Discurso de graduación

Texto del DISCURSO DE GRADUACIÓN leído ante la promoción 2005-06 del colegio F.D. Roosevelt, de Lima, el 17 de junio del año 2006

Buenas noches a todo el que me escuche, buenas noches muchachos. Empecemos:

Anduve revolviendo como un loco el cofre de memorias que me llevo y entre mares de letras y palabras comenzó a cabalgar mi pensamiento. Al borde de rendir mis intenciones, cansados mi plumón y mi cuaderno, miré mi voz y me encontré de pronto por los rumbos antiguos de mis versos. Pensé narrar historias que he guardado en el mágico archivo del recuerdo pero no quise repetir los moldes del ritual, los adornos y los cuentos. Quise, más bien, decirles lo que han sido en estos años que ha robado el tiempo para un gris profesor de secundaria a quien iluminaron con sus gestos. Un profesor que nunca enseñó nada porque pasó estos años aprendiendo en las lecciones de sus malos ratos, en las enciclopedias de sus sueños, en los libros sagrados de sus dudas, en las ciencias exactas de sus miedos. Cada vez que escuchaba sus miradas, cada vez que miraba sus silencios, capturaba del texto de sus vidas experiencias, lecciones y consejos. Ustedes me llenaron de motivos, le pusieron color a mi chaleco, abrieron las compuertas de mi risa, me hicieron regresar hasta el comienzo y en esto de enseñarles comprendimos que siempre, los alumnos, son maestros.

Supe de sus amores, de los graves, de los que pasan torpes y ligeros, de los que duelen, de los que persiguen, de los que son la excusa para un beso. Supe de las angustias, de las simples, de las que escapan como un mal momento, de las que rompen, de las que se clavan como un arpón en la mitad del pecho. Supe de sus amigos, de los pocos, de los leales, de los más sinceros, de los que son tan sólo para un rato, de los que hieren, de los que se fueron. Supe de los parientes, de los nobles, de los que se equivocan sin quererlo, de los que lo dan todo sin pensarlo, de los que nada ven porque están ciegos. Supe de sus licencias, de sus faltas, de sus pecados grandes y pequeños, del cigarrillo de las tardes tristes, del alcohol que les dio malos consejos. Ustedes que me dieron su confianza me dieron mucho más porque me dieron la fe del que no sabe de exigencias, de condiciones, armas o pretextos.

Por eso estoy aquí con mis palabras -que no me alcanzan para lo que siento- pero que son licencia y homenaje para honrar el cariño que les tengo. Hoy vengo a declarar lo que se calla, a compartir mi sed, mis sentimientos, mis noches, mi ilusión, mi fe, mis dudas, mis esperanzas, mi calor, mi invierno. Hoy que se marchan a vivir al mundo escúchenme con ojos muy despiertos.

Allá la vida espera con sus plazos, sus máscaras, sus piedras, sus misterios, sus bastones, sus árboles prohibidos, sus amores efímeros y eternos, su indiferente y pálido equipaje, su placer, su violencia, sus objetos, su caricia infinita, su maltrato, sus diamantes, sus armas y sus huesos. Allá la vida aguarda por sus pasos y les exige caminar enteros, con las manos abiertas, preparados para atrapar el soplo de los vientos.

Vivir es mucho más que alimentarse, calzar zapatos y limpiarse el cuerpo, vivir es mucho más que la camisa, es más que el maquillaje o el espejo, más que las luces, más que los diplomas, más que la alfombra, el hambre y el deseo, más que la seda, el vientre, los encajes, más que el perfume, más que los pañuelos, más que el abismo, más que la aventura, más que el goce temprano de los cuerpos. Vivir es aceptar el compromiso de ser mujeres y hombres verdaderos, de ser seres humanos, seres dignos que merezcan la marca del respeto. Vivir es comprender que existen otros que no pueden gozar sus privilegios, que no saben leer, que tienen hambre, que son iguales frente al universo. Vivir es combatir el egoísmo, ser generoso, consecuente, honesto, ser responsables por lo que conocen por lo que saben, por lo que aprendieron, vivir es la ocasión que ustedes tienen para ser justos, sabios y correctos.

Están allí, sentados como niños que aguardan la campana del recreo, que esperan a mamá que los recoja, que están nerviosos y que están inquietos. Me miran cobijados en la sombra, desde el rincón más dulce de su miedo, desde la quieta angustia que se esconde como una tentación, como un secreto, como un temor que bulle en los pulmones y les aprieta, delicado, el pecho. Yo creo comprenderlos porque todos pasamos por el mismo desconcierto, por el mismo sudor de nuestras manos, por la misma ansiedad de nuestros dedos, por el mismo rubor con que se mira con ojos turbios y con labios secos. Todos tuvimos la ocasión del llanto, todos perdimos, sin razón, el tiempo, todos sufrimos un amor ingrato, todos buscamos, sin hallar, consuelo. Ahora son ustedes las muchachas que no saben qué hacer con tanto cielo, los muchachos que escapan del futuro que otros soñaron y otros construyeron.

Alguna vez los tentará el fracaso, el nosoportomás, el yanopuedo, verán cómo se gastan los pulmones, la inocencia, la sangre y el cabello. Se extraviarán en bosques de costumbres, en páramos de seda y de cemento, en laberintos de formalidades, en la emboscada de un domingo quieto, en las palabras justas y adecuadas, en el silencio cómplice y siniestro, en la ambición voraz y desmedida de la feroz comedia del dinero.

Les querrán ensuciar las esperanzas pidiéndoles papeles, documentos, acumulando cosas que no sirven más allá del portón del cementerio, manifestando ideas que no creen, declarando mentiras a los vientos, transformados en noche, seducidos por la moneda sin valor del éxito.

No se dejen cegar, no se arrodillen ante un altar de barro y privilegios, no se desprendan nunca de sus alas, no se despojen nunca de sus credos, no renuncien a dar, no prostituyan la solidaridad, no tengan precio, no acepten la miseria de las almas, no abandonen jamás a un compañero, no rindan sus banderas ante el trono de la avaricia, del poder, del trueno, no se olviden jamás de dónde vienen y a dónde debe conducir su vuelo. Levanten el valor y la mirada, pongan de pie la flor de sus intentos, atrévanse a existir sin condiciones, remando contra el mar y contra el viento.

Yo los invito a cabalgar la aurora en el potro con alas del misterio, a rehacerse sobre sus errores, a superarse y comenzar de nuevo. Yo los llamo a insistir, a convencerse del valor, de la lucha, del derecho a escoger con coraje y libremente el difícil camino de ser bueno.

Yo los invito a cosechar del alma los frutos de lo vivo y de lo eterno, a combatir la infamia, a desprenderse de los complejos, del temor y el miedo. Yo los llamo a vivir, a definirse, a ser valientes y aceptar el reto, a caminar sobre las aguas turbias, a jugarse la vida por un sueño.

Se acaba nuestro tiempo, los adioses no guardan nada más que su veneno, por eso me resisto a pronunciarlos, por eso alzo la voz y me rebelo contra finales y contra distancias, contra la torpe sinrazón del miedo, contra esta noche que nos abandona, contra las horas, contra los momentos. Me revelo también contra la frase, contra las estaciones y los puertos, contra la espera, contra los minutos, contra lo que será, contra el silencio, contra el dolor de todos los abrazos, contra los nomeolvides, los tequiero, contra los llantos, contra las promesas, contra el sabor amargo de los besos, contra los golpes de la despedida, contra las tentaciones del recuerdo, contra este amor que duele porque existe, contra este amor de sangre y alma y cuerpo, contra este amor que sólo me permite decirles: “hijos míos, hasta luego’.

©José Luis Mejía


Lima, 1 de junio del 2006

Si me lo quitas, me muero

Cuando pienso en nuestra democracia no puedo dejar de recordar el poema de Rubén Darío que termina diciendo, con respecto al amor de una ingrata «si me lo quitas, me muero / si me lo dejas, me mata». Eso nos está sucediendo; la democracia no ha sido capaz de construir un proyecto viable que supere las opciones violentas de los ochenta. Así, el discurso nihilista del «que se vayan todos» o el «destruyamos todo para empezar de nuevo» que Sendero Luminoso y el MRTA cacareaban al viento, hoy se ha encarnado en una corriente política que encuentra mucho menos difícil (y, sólo por el momento, menos sangriento) el camino de las urnas. Usar el sistema para destruir el sistema no deja de ser una manera inteligente de hacerse del poder legalmente para luego “reinventar’ la democracia y, bajo un nuevo concepto, justificarlo todo. Pero, si Humala es todo esto, ¿representa García la política nueva, la acción honrada, el proceder honesto; es, acaso, el señor de las virtudes y el salvador de la patria?

La democracia «me mata» porque no puede resolver los más elementales problemas del pueblo, porque no compensa las grandes diferencias que existen entre los muchos pobres y los pocos ricos. Mientras el hambre, la enfermedad, la ignorancia, la falta de oportunidades, la mendicidad, la violencia de la miseria y la lógica atroz del dinero sigan siendo la única forma de vida posible para más de quince millones de peruanos, la democracia será sólo una entelequia, una palabra vacía, una mención en la clase de educación cívica dictada por un profesor famélico que trabaja por doscientos dólares al mes en un salón sin techo ni carpetas con niños que no han tomado desayuno.

Sin democracia «me muero» porque en su ausencia se abren las puertas del autoritarismo, de las dictaduras, de la canalla con uniforme o sin él, de los poderes omnímodos sin contrapeso, sin control, sin límites. La experiencia de los últimos doscientos años enseña que los países que más desarrollaron fueron los que viven en democracia y, al contrario, los más pobres son los que han sufrido una tiranía o experimentado incertidumbre de regímenes corruptos que asaltaron el poder para adueñarse del tesoro público.

El domingo habremos de elegir a un nuevo presidente de la república. ¿Es Ollanta Humala ese monstruo que todos coinciden en señalar, es un asesino, es un violador de derechos humanos, es el peón de Chávez, es un lunático oportunista, un fanático militarista, un devoto fascista, un tiranuelo ambicioso que sólo quiere hacerse del poder para beneficiarse? ¿Es Alan García un «ladrón de siete suelas» –como le dice Chávez-, es un genocida, un corrupto irrecuperable, un desastre anunciado, una repetición suicida, un nauseabundo personaje que sólo puede traer al Perú más miseria, más ignorancia y más corrupción?

Se dice que la política es el arte de lo posible, divagar entre los insultos y acusaciones que se lanzan de ambos lados de la contienda, es inútil; ponerse a discutir sobre las maldades ciertas y las bondades posibles, es estéril; extraviarse en el mar de las pasiones políticas –que esconden intereses, egoísmos, maldades y pequeñeces; es fútil.

El domingo se librará una batalla de votos (que pronto llegará a las plazas con palos, piedras, balas y cadáveres) entre dos políticos a quienes les sobran argumentos para descalificar al otro y carecen de razones para solicitar el respaldo del pueblo.

Los días pasan y no sé cómo se puede convencer al desesperado de las virtudes de esta sociedad, no sé cómo se puede pedir al hambriento que siga apostando por un sistema que nada le ha dado. Ellos votarán por quien le ofrezca el sueño, la ilusión, siquiera el espejismo de un mundo mejor.

«La democracia no se come» escupió un dictador hace tiempo y sabía de qué hablaba. Cuando el domingo me encuentre defendiendo mi casa, mi carro, mi posición, mis privilegios y mi egoísmo, no será difícil suponer a dónde irán los votos de los que no tienen nada.

©José Luis Mejía


Lima, 4 de abril del 2006

To be or not to be?

Me temo que la pregunta que Shakespeare puso en los labios de Hamlet sea la que mejor resuma aquello que los peruanos venimos sintiendo frente al cada vez más incierto panorama electoral. A estas alturas del calendario, con pocos días por delante y frente a las últimas encuestas que pudieron publicarse, esta incertidumbre nace, lamentablemente, de las pocas certezas que rodean el evento.

Cada vez parece más improbable el triunfo de alguno de los candidatos en la primera vuelta, así que la disputa final será entre Ollanta Humala y Lourdes Flores o Alan García. Frente a la progresión de las encuestas ­—siempre falibles­— no resulta muy aventurero pronosticar, en la lucha por el segundo lugar, un probable triunfo de García que viene «en subida» las últimas nueve semanas —­mientras que Flores va «de bajada»—­. Así, por una sencilla ley física, como lo que sube «tiende a seguir subiendo» y lo que baja «tiende a seguir bajando», salvo que suceda algo que remeza al electorado, me atrevo a decir que se va a repetir el mismo panorama del 2001 cuando García sacó de carrera a Flores en una llegada considerada «de fotografía» (con una diferencia de poco menos de 160,000 votos). Otra vez el APRA ­—experimentado, disciplinado y compacto—­ pareciera haber guardado más aire para el último tramo que Unidad Nacional —dividida, de cara al público, por la lucha sorda en pos de una curul de los diferentes grupos que la componen­—.

Ignoro quiénes son los consejeros de Flores Nano, pero la torpeza con la que se manejan es impresionante. No aprendieron nada de las elecciones pasadas y se lanzan en la misma carrera suicida con correos insultantes, propaganda alarmista, anuncios apocalípticos y una prensa monocorde que, al unísono, da los mismos gritos desaforados. ¿Qué logran con todo esto? Más rechazo. La prensa ­—inconsciente o cómplice—­ no ha hecho sino darle más vuelo al ex militar. En lugar de ignorarlo llenaron sus primeras planas y sus pantallas ­—mientras vendían más ejemplares y ganaban más audiencia—­ con las excentricidades, payasadas, delirios y bravuconadas de la familia Humala.

Me conmueve la ingenuidad de algunos que creen que hablándole al pueblo de derechos humanos, democracia y libertad, van a convencerlos de votar por Lourdes Flores. ¿Qué son los derechos humanos para el campesino que ve morir a su hijo de una sencilla deshidratación o de una infección que pudiera superarse con antibióticos ­si los hubiera en la posta médica de su pueblo olvidado­?, ¿qué significa la democracia para el que vive bajo la tiranía corrupta del alcalde, el juez de paz o el comisario y donde el «estado de derecho» es sencillamente la voluntad del caudillo o del mandamás del lugar?, ¿qué entiende por libertad la mujer encadenada a la esclavitud del analfabetismo, del machismo, del fanatismo y de la ignorancia?

Unos muchachos me comentaban que unos pescadores de Ancón les dijeron «gane quien gane, siempre seremos pescadores, por eso vamos a votar por Humala» y sentenciaban «si todos van a robar, mejor que roben los pobres». Otro me contaba ingenuamente que su papá le había dicho «a la chola» que si votaba por Humala la echaba de la casa… ¿Por quién creen que vote la «trabajadora del hogar» —­muchacha, mucama, empleada, sirvienta—­ que gana ciento veinte dólares al mes, no tiene seguro, se levanta a las seis de la mañana para prepararle el desayuno a «el joven», trabaja todo el día lavando ropa, limpiando la casa, cocinando, y no se acuesta hasta las diez de la noche cuando «la señora» toma su última taza de te con leche?, ¿votará por la señorita Lourdes o por «su» comandante Humala? No seamos ingenuos, con un 54% de los peruanos viviendo bajo la línea de la pobreza es fácil entender por qué Humala ­—con su discurso hueco y racista, resentido y patriotero, incendiario y revanchista, amenazante e inconsistente, pero esperanzador aunque sea un espejismo—­ se encuentra a las puertas de la Casa de Pizarro.

«Que el Perú no se detenga» es una frase que oigo repetida por todas partes, «no se puede repartir pobreza, hay que crear riqueza» es otra. Perdónenme la ingenuidad, pero para la gran mayoría de los peruanos, ¿cuándo empezó a moverse el país?; si nueve de cada diez soles de ayuda humanitaria se malgastan en burocracia, ¿cuándo recibirán, siquiera, las migajas de ese reparto?

Hemos sido incapaces de crear un proyecto político que le dé esperanza a los que ya no soportan más y es tanta la incompetencia de nuestra clase gobernante que Lourdes Flores —a quien la mayoría percibe como la mejor candidata— pasará a la historia como aquélla que lideró las encuestas en dos elecciones consecutivas y no supo llegar ni siquiera a la segunda vuelta. Paradójicamente, Alan García ­—ese astuto encantador de serpientes­— parece que obtendrá, en el oxidado alambique de nuestra democracia, la única fórmula que lo pudiera poner nuevamente en Palacio: «Humala es peor que yo» será un magnífico eslogan si es que el APRA llega a la segunda vuelta.

Estos días que restan antes de las elecciones estarán llenos de acusaciones, insultos, maltratos, traiciones, vendettas y amenazas. La derecha —desesperada y despechada, indiferente y frívola— mostrará lo peor que tiene y lanzará a sus mastines contra todo y contra todos; ya se escuchará el «indios brutos» que termine de lapidar la candidatura de Flores. La izquierda reaccionaria —contradictoria e incomprensible como la cuadratura del círculo— mantendrá a Humala jugando el doble papel de víctima y justiciero, de patricio y refundador de la república (aunque no suscriba el ideal republicano); el ex comandante seguirá sin responder preguntas, amenazando, colocándose en la posición del mártir, preparándose para dar el zarpazo apenas «se den las condiciones»; alimentará el orgullo de los humillados y le dirá al pobre que no será más «el plebeyo» de Pinglo («señor por qué los seres no son de igual valor») sino el arrogante «cobrizo» de Abanto Morales («cholo soy, y no me compadezcan»). Y el APRA ­—esa derecha de la izquierda, esa izquierda de la derecha, esa ambigua ambigüedad peligrosa— continuará al acecho, cosechando los votos que de uno y otro lado vayan cayendo en medio de la contienda de insultos y amenazas; García seguirá llenando plazas y hablará de «la voluntad de enmienda» y de «los excesos de entusiasmo» del pasado, para mostrarse como el estadista que no es, como el único capaz de sacar el país adelante —­mientras los jóvenes, al ritmo de «reguetón», ignoran por completo que su primer gobierno nos regresó al siglo XIX­—.

Por otro lado, ya es casi una verdad que ninguna agrupación política obtendrá mayoría en el parlamento. Los partidos «grandes» conseguirán, más o menos, un tercio cada uno y el tercio restante se lo dividirán los candidatos de Fujimori, Paniagua y Toledo. En todo caso, parece que sólo será posible la gobernabilidad si quien asuma la presidencia el 28 de julio consigue una alianza estratégica. ¿O pateará el tablero?

¡Vaya panorama! La lucha por la presidencia del país se libra entre un ex militar golpista, mesiánico y aventurero, un ex presidente incapaz, megalómano e impredecible, y una abogada honesta y eficiente ­—hasta donde sabemos­— que, sin embargo, representa a los egoístas y vanidosos de siempre y no puede sintonizar con el pueblo del cual, aún con pantalones usados y zapatillas, aún bailando huaynitos y tomando cerveza, se halla muy distante.

¿Cómo convencemos de la virtud del modelo económico en el que vivimos a las madres de esos 20,000 niños que mueren antes de cumplir un año? ¿Cómo hacemos entender a los padres de ese millón doscientos mil niños menores de dos años que se encuentran desnutridos que «hay que esperar», que «hay que ser pacientes», que «hay que crear riqueza para repartirla»? No por gusto 400,000 personas se van cada año del Perú para no volver. ¿Se nos viene la noche?

Muchos ven en mis palabra s pesimismo, pero lamentablemente sólo son la constatación —­atroz—­ de nuestra realidad. Ni mi voto ni los de todos ustedes —que me leen­— decidirán estas elecciones; el pueblo, ese pueblo de dos millones de analfabetos, ese pueblo donde el 74% de los que saben leer no entienden lo que leen, ese pueblo embrutecido con alcohol y fanatismo —­como denunciaba Manuel González Prada hace más de cien años­—, es el que pondrá al presidente que mejor le parezca. ¿Se equivocará? Probablemente. Pero nosotros, hundiéndolo en la ignorancia, robándole sus sueños, condenándolo a su miseria, nos equivocamos primero.

Que no se culpe a otros por nuestros desaciertos.

©José Luis Mejía


Lima, 27 de marzo del 2006

Do ut des

“Cada país tiene el gobernante que se merece’, es la frase que oigo mordida con rabia y con insistencia por todos los desconcertados miembros del grupo social eufemísticamente bautizado como “A/B’ que no entienden cómo la candidatura de Lourdes Flores se encuentra en una lenta pero progresiva caída y cómo la de Ollanta Humala nuevamente se halla encabezando las encuestas en lo que parece ser un avance sostenido que ni todas las denuncias en su contra (desde una supuesta conspiración con Montesinos hasta las ejecuciones extrajudiciales que habría realizado cuando se desempeñaba como militar en los tiempos del terrorismo, pasando por robo, torturas y complicidad en sedición), ni todas las delirantes declaraciones de su entorno familiar (desde los arrebatos racistas de su padre hasta las homofóbicas ideas de su madre, pasando por las explosivas declaraciones de su procesado hermano Antauro contra la prensa) son capaces de detener.

Hace poco Jaime Bayly, tan simpático como epidérmico, publicó un artículo donde su sarcasmo cotidiano no puede evitar, detrás de una mueca de asco, destilar su visceral rechazo por lo que viene sucediendo: “qué malos tiempos se avecinan en esas tierras áridas, violentas, confundidas, donde habitan, comprensiblemente, la rabia y el rencor…’. Probablemente en el “comprensiblemente’ que deja caer luego de un artículo cargado de ironía se halle el secreto de toda esta Babel que se está construyendo en el Perú, un país que, como él dice: “…elegirá, una vez más, la carta suicida, oscura, autodestructiva, el camino de los charlatanes y los matones, la celebración de la barbarie…’.

Entonces, ¿somos un país conformado por una masa inmensa de débiles mentales incapaces de darse cuenta de los peligros que puede acarrear un gobierno de corte autoritario que tiene como modelos a Castro y a Chávez? ¿Será que realmente formamos parte de ese conglomerado humano, ese pueblo, ese país que se merece los gobiernos que tiene porque no está a la altura de la democracia que tan gentilmente nos ha sido otorgada? ¿Pertenecemos a una subespecie humana que no logra distinguir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira? ¿Estamos, acaso, en un grado de decadencia y depravación tal que optamos por ponernos el cañón del populismo nacionalista en la sien antes que recibir con los brazos abiertos la generosidad del social cristianismo?

Volvamos al “comprensiblemente’ de Bayly y dejemos de lado, por un momento, los apasionamientos. Renunciemos al insulto colonial (“son unos indios brutos’), al miedo clasista (“lo que pasa es que nos odian y quieren invadir nuestras casas’) y a los complejos racistas (“no nos perdonan porque somos blancos’), y tratemos de entender las circunstancias por las cuales el mismo pueblo que votó por García, por Fujimori y por Toledo, se halla dispuesto a colocar a Humala en el palacio de gobierno.

“Comprensiblemente’ este pueblo está harto, harto de la corrupción, harto de la miseria, harto de la ignorancia, harto del desamparo, harto de la falta de los más elementales servicios de salud y educación, harto del racismo solapado (“we’d better speak in english, my maid listens to everything’ o “lo sentimos la discoteca está reservada esta noche para una fiesta privada’ o “tú anda por la otra puerta’), harto de la explotación justificada bajo un eufemismo (“trabajo informal’ o “vendedor libre’), harto de los policías que se mal baratean, harto de los jueces que se alquilan, harto de los políticos que prometen todo lo que no van a cumplir, harto de una democracia para la que es útil sólo cada cinco años, harto de egoísmo de los que tienen, de la ambición de los que trepan, de la cobardía de los líderes, de la ineptitud y de la desidia de los gobernantes. “Comprensiblemente’ el pueblo se hartó.

Parece que la historia de la violencia en el Perú no ha servido para nada, nadie ha aprendido, no hemos aprendido. Durante más de diez años Sendero Luminoso puso en jaque al estado peruano pero seguimos siendo los mismo egoístas de siempre que continuamos acumulando bienes como si la muerte aceptara tarjetas de crédito. Los mismos vanidosos que creemos que la sierra es un lugar demasiado alejado de nuestras comodidades, los mismos indolentes que vemos pasar la desgracia ajena como si fuéramos inmunes a la tragedia, los mismos negligentes que aceptamos a los niños mendigos como si formaran ya parte del paisaje urbano, los mismo apáticos que ni cuenta nos damos de los cientos de casuchas de esteras que se levantan a los lados de la carretera que nos lleva a las exclusivas urbanizaciones en las playas del sur.

¿Y nos preguntamos por qué?

Escuchaba ayer en una entrevista que el padre Hubert Lanssiers (recientemente fallecido luego de años de lucha infatigable por la dignidad humana de los pobres y de los presos), felicitaba a cualquiera que se presentaba delante de él como cristiano; “qué bien’, le decía con una sonrisa pícara e irónica, “me alegra que usted ya lo haya logrado, yo sigo intentándolo’. A esos mismos cristianos que creen que con sus diez soles semanales en la limosna salvan el alma, a esos que estiman que es una exageración pedagógica el “déjalo todo y sígueme’ de Jesús al hombre rico, a esos pobres ingenuos que ven con espanto cómo “un fascista’ llega al poder “por culpa de este pueblo de ignorantes’, me pregunto qué les diría hoy Lanssiers, ¡lástima que no se encuentre entre nosotros para sacarnos de dudas!

¿Es Humala nuestra salvación? No, honestamente creo que no. Me parece que es un paso más hacia delante que da un ciego frente a un acantilado. Que quede claro, puedo entender perfectamente las razones por las cuales es muy probable que Humala sea el próximo presidente de la república, pero no pierdo de vista que ningún gobierno improvisado, revanchista, racista y sectario puede constituirse en la fuerza que libere al Perú y a los peruanos de la miseria material y moral en la que nos encontramos desde hace tantos años.

¿Cuál es la solución? No lo sé. Sólo sé que mientras el egoísmo siga siendo nuestra bandera, mientras faltemos al “do ut des’, al “doy para que des’, a esa esencial norma de convivencia y reciprocidad que aprendieron hace siglos los romanos y que nosotros olvidamos, seguiremos viendo a los pobres con displicencia o con desconfianza, mantendremos la distancia odiosa con quienes trabajan en nuestras casas y en nuestros jardines, sembraremos el miedo y lo abonaremos con más temor y más incertidumbre, y veremos cómo la amenaza de un gobierno aventurero seguirá latente, y cómo los oportunistas disfrazados de salvadores de la patria sintonizarán con el clamor del pueblo -como jamás lo ha podido hacer la clase dominante, pero nunca dirigente, de la que hace mucho tiempo nos hablo Basadre-.

Sí, votar por Humala es jugar a la ruleta rusa, pero nadie va a convencerme de que Lourdes Flores representa a los generosos del Perú o que Alan García merece otra oportunidad “porque ya ha madurado’; nadie va a hacerme creer que las dos docenas de postulantes a la presidencia y los casi tres mil postulantes al Congreso son patriotas desinteresados que están dispuestos a dar la vida por la causa de la democracia, por la República, por la constitución y las leyes. No, cien veces no. Basta con mirar la televisión o pasear por las calles para sentir arcadas ante los rostros groseramente maquillados y falsamente sonrientes de los que mendigan nuestros votos. Son tan sólo una marea de ambiciosos y egoístas, un aluvión de inmorales y desesperados donde las excepciones pasan desapercibidas, una multitud de ciegos incapaces de entender que ellos mismos tejen los hilos de la telaraña donde terminarán, donde terminaremos, todos atrapados.

Triste país el Perú. Tristes nosotros que somos incapaces de comprender, o comprendimos muy tarde, el abrumador peso de nuestra resp onsabilidad, la marca culpable e indeleble de nuestra irresponsabilidad.

©José Luis Mejía


Lima, 17 de febrero del 2006

Lo que perdimos

En Barranco, el más bohemio distrito de Lima, existe un bar llamado “Juanito’, casi centenario, que es atendido por los hijos del dueño que ya peinan canas. Recordando su vieja condición de bodega, luce unas semivacías y desgastadas estanterías de madera, se halla poblado por una docena de mesas divididas en dos ambientes yuxtapuestos y, al fondo, casi avergonzados, se esconden dos baños raquíticos que despiden el característico olor a urea que los comensales ignoran olímpicamente porque la magia del lugar –cuyo misterio ningún sofisticado ciudadano podría entender- lo envuelve todo y crea un ambiente fantástico donde el mundo se detiene. Los estudiantes llegan con sus mochilas cargadas de libros e ilusiones, los profesionales se desajustan la corbata para sacudirse del envenenado glamour del aire acondicionado y los ancianos entusiastas reviven por unas horas sus buenos años de tertulia en ese espacio donde el tiempo ha sido convencido a fuerza de pisco y butifarra, lechón y cerveza, para que detenga su paso y se relaje un poco para que él también disfrute de este rincón donde no faltan los músicos improvisados que por unas monedas pueden cantarte desde el más sufrido valsesito criollo hasta el bolero más lacrimógeno, ni los poetas olvidables que se pasean vendiendo copias piadosamente ilegibles de sus poemas.

Allí en “Juanito’, donde hemos empezado a reunirnos periódicamente los que alguna vez compartimos una carpeta en la escuela, he redescubierto ese mundo sencillo de la infancia en el barrio, de los amigos del parque, del chino de la esquina y la panadería del italiano, ese mundo que se ha ido borrando con los años, con los compromisos, las formalidades, la rigidez de una compostura almidonada y la esterilizada vida en esas zonas residenciales donde las veredas no existen porque los peatones son sospechosos y los carros tienen un derecho de residencia que los seres humanos van perdiendo.

Hace muy poco, mientras comíamos un sánguche en una de esas fondas pobladas de borrachines, una amiga me preguntaba si no estaba harto de los restaurantes pulquérrimos donde todo, desde la decoración hasta la comida, adolecía de una artificialidad pasmosa. Y empecé a cuestionarme:

¿Hace cuánto que no voy a San Miguel a comerme un pan con pollo donde “Lucho’?, ese lugar innominado que tomó el nombre del dueño y que era puerto obligado para cualquiera que al caer la tarde pasara por allí para contarse las última novedades del barrio, criticar a los políticos y hacer planes conversando con Lucho o con Dorita, esa morena incólume que nos atendía con un encanto con el cual no podría competir ni la más apretada de las muchachas de los restaurantes de comida rápida. Ninguna crema volteada alcanza, en mis recuerdos, la delicia de la que comía en esa esquina donde una barra y media docena de banquitos abarrotados me recibían cada atardecer después que “la 21’, la línea de buses más destartalados de la ciudad, me dejaba a cinco cuadras de mi casa.

¿Hace cuánto que no voy de compras al mercado de Magdalena y me paseo de tienda en tienda y de carretilla en carretilla escogiendo la mejor fruta, regateando con la señora de las paltas, conversando con el carnicero que en su sangriento cubículo descuartizaba una res con un cuchillo inmenso mientras sonreía y nos hablaba de cualquier cosa? ¿Hace cuánto no me tomo un jugo de fresas con leche, al término de toda una mañana dominguera comprando, en esa juguería al lado de los puestos de las carnes y donde las moscas eran la más fiel compañía?

¿Hace cuánto no paseo por las avenidas, los parques y los malecones de mi ciudad? ¿Hace cuánto no veo un atardecer en el Pacífico que los limeños tenemos regalado al alcance de nuestros pasos y desperdiciamos? ¿Hace cuánto no camino dos o tres horas charlando con Juan o María sin más pretensiones que disfrutar el rato aplanando calles y ejercitando la lengua en el arte de la conversación, hoy tan desacreditada y desfalleciente?

¿Hace cuánto no me como un pollo a la brasa con las manos engrasadas y felices que sostienen la presa como recordando a los antiguos que en cada comida agradecían a los dioses por los alimentos que devoraban? ¿Hace cuánto no disfruto de una empanadita de las que hacía la señora esa allá en el parque, frente al colegio “Imperio de Japón’, esas empanaditas que sabían a gloria, casi sin relleno y fritas quién sabe con qué aceite, que salían calientitas a la una de la tarde, cuando el hambre apretaba y los centavos del bolsillo no alcanzaban para más?

¿Hace cuánto no me paseo al amanecer por los pasillos de la universidad recitando los mil poemas que me sabía de memoria a toda voz mientras espero que llegue el profesor para irme directamente a la cafetería a escribir los primeros poemas que las ingratas me dictaron y a olvidarme de las leyes que en el Perú nunca sirvieron para nada?

¿Hace cuánto no canto en la ducha, atronando el barrio, como en Vista Alegre, cuando todo el parque se enteraba que estaba bañándome escuchando cómo “Juan Charrasqueado’ moría una y otra vez porque estaba borracho y era bien macho y lo acribillaban los muchos malos y envidiosos que no le perdonaban, sobre todo, que no hubiera muchacha que no suspirara por él?

¿Hace cuánto no comparto una porción de papas fritas con mayonesa con el sencillo que nos ahorramos Fernando y yo caminando a su casa para estudiar cualquier cosa de las que jamás estudiamos? ¿Hace cuánto no me amanezco ayudando al amigo (por amigo) o a la amiga (por coqueta y por sus piernas) en esas tareas insufribles de las que nada aprendimos?

¿Hace cuánto no reniego por tener que “poner’ la mesa, ir de compras al mercado, secar los platos, lavar mi ropa o “hacer’ mi cama? ¿Hace cuánto no me retuerzo sobre la silla del comedor mientras mi padre nos desasna con su sabiduría o mientras nuestra madre, inocente como ninguna, cuenta cómo a su fiesta de 15 años no fue nadie porque ese día no sé qué revuelta hubo y declararon estado de sitio? No debo ser injusto. En estos años la vida ha sido más que generosa conmigo, me ha dado más de lo que pude soñar y me ha mimado con una ternura que sé que no merezco. Es mucho lo que he ganado, pero que la memoria, que está allí para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos, no permita que esa ganancia se devalúe perdiendo de vista las simples cosas, extraviando en la comodidad la esencia y renunciando, ciega y torpemente, a esos tiempos, hoy sin tiempo -como en “Juanito’- que me enseñaron libertad, me dieron alegría y me hicieron hombre.

©José Luis Mejía


Lima, 2 de febrero del 2006

El Perú, ese plato vacío

Cuando hace casi veinte años leí el poema “Todo esto es mi país’ de Sebastián Salazar Bondy, repetí con desilusión un verso en el que expresa que su país es “un plato vacío tendido hacia la nada’. Tenía diecisiete años y cursaba el primer año de Derecho en San Marcos. Los peruanos atravesábamos esa catástrofe que significó para nosotros la combinación infernal de la violencia homicida y terrorista de Sendero Luminoso y el corrupto y desastroso gobierno de Alan García. En ese tiempo, la esperanza era la única luz que nos alumbraba y esa “nada’ anunciada por el poeta no cabía en mis ilusiones.

Hoy, que he alcanzado la edad que tenía Salazar Bondy cuando escribió ese poema y que no tengo en mi limitado repertorio de malos versos uno que pueda ayudarme a expresar lo que siento, no hallo más respuesta a la indignación que a diario me producen las noticias sobre nuestros políticos y nuestra política que esa “nada’ espantosamente profética.

Vamos de lo delincuencial a lo patético. Desde un sujeto acusado de violación a quienes las agraviadas libran de repente de la culpa en medio de la investigación policial hasta una candidata de izquierda que hizo la presentación de su partido, absolutamente distanciada del pueblo que dice y aspira defender, en un pequeño y conocido local de jazz (de su propiedad) en el residencial distrito de Miraflores. Y, en el ínterin, dos ex presidentes –uno catastrófico y otro inocuo-, un ex embajador histérico y babeante, un ex militar golpista, su hermano, el hijo de un ex mandatario (que acaba de renunciar dejando desconsolado al 0,8% del electorado que lo favorecía), un puñado de congresistas que quieren “dar el salto’, dos mujeres y abogadas que, estando una en las antípodas de la otra, tienen en sus discursos más similitudes que divergencias, y un ex marihuanero en cuya genial estrategia está la idea de traer a las grandes bandas de rock extranjeras para promover el Perú como destino turístico…

Esos son sólo una muestra de los veinticuatro aspirantes a presidente que pretenden que el electorado les entregue su voto. Me pregunto, ¿cuántos soportarían una auditoría sobre sus bienes (y males), sobre sus actos (y omisiones), sobre sus negocios (y arreglos), sobre sus finanzas (y financistas), sobre su vida pública (y privada), antes (y, sobre todo, después) de un supuesto mandato?

¿Por qué aspiran tantas personas a convertirse en presidente del país? Probablemente la respuesta me la diera un amigo que, entre broma y en serio, me dijo “lo que pasa es que tú no entiendes nada, es como llevar el curso de fotografía en el colegio, no haces nada, la pasas bien e igual te aprueban’. ¿Será cierto? ¿O es que acaso hay dos docenas de patricios que han decidido dejar la tranquilidad de sus vidas de rentistas para lanzarse a las aguas infestas de la política nacional para salvar al Perú de la ruina económica y moral? Difícil creerlo, y más difícil aún cuando vemos cómo se arrancan los ojos entre sus “militantes’ para obtener un numerito en la ambicionada lista de candidatos al Parlamento (“y esos sí que se la llevan fácil, ¡armemos un partido!’, insiste mi amigo). Peleas callejeras, riñas solapadas, insultos moderados, críticas abiertas, cuchilladas nocturnas, estocadas a la luz del sol, pateadas de tablero y premios consuelo; una exquisita exhibición de angurria, desenfado, mugre, barro, estiércol y miasmas que contaminan todo en la demencial carrera hacia la inmunidad (e impunidad) parlamentaria.

¿Esos sujetos que empiezan a infestar la televisión, los diarios, los paneles y cuanto medio de información existe, con sus sonrisas prefabricadas y sus miradas retocadas de santos varones, son los que liberarán a nuestra nación de la pobreza, la ignorancia, las enfermedades, el hambre y la corrupción?

La fauna de candidatos a la presidencia y al congreso de la republica es tan variada que podríamos hacer un concurso de desolladores y veríamos, ya sin espanto, cómo se arrancan la piel unos a otros con tal de obtener las prebendas, los privilegios, las gollerías y prerrogativas que significa ser electo para un puesto público en el Perú.

¿Hay excepciones? Seguramente, pero así como una golondrina no hace verano, una persona honrada no es suficiente en el océano pérfido y maloliente de la política nacional. Muy probablemente terminaría relegada, absorbida o liquidada en un sistema que protege el abuso, el atropello y las injusticias. Cualquier cambio es imposible sin un grupo sólido, coherente, eficaz y eficiente, de mujeres y hombres, honestos y honrados, que trabajen con la convicción de que la función pública es para servir a la gente y no para servirse de ella. A ver, ¿qué partido nos muestra a su diez justos para salvar la patria?

Hemos creado un país de ignorantes donde el 80% de la población escolar es incapaz de entender las implicancias de un texto simple. Cierto, en las últimas décadas la cantidad de alumnos matriculados aumentó dramáticamente, pero eso no sirve para nada si las escuelas se convierten en depósitos de seres humanos donde los profesores trasladan sus propias limitaciones a los estudiantes y donde leer y sumar son actos mecánicos sin trascendencia por la incapacidad de los niños (desnutridos y mal preparados) para descifrar las letras y los números que balbucean.

¿Cuál es la solución? He allí la pregunta que los políticos debieran responder sin demagogia y sin rodeos, pero nadie lo hará. En un país donde los ciudadanos no pueden comprender un texto sencillo es cínico hablar de un “debate nacional’ sobre los planes de gobierno. Debatirán, sí, los mismos de siempre, reñirán para las cámaras, dirán palabras altisonantes y frases para el bronce y, luego, cuando nadie los observe, irán juntos a celebrar cualquier cosa en cualquier embajada porque felizmente el whisky y las langostas no tienen pasaporte ni carnet partidario.

Que nos den cifras, proyectos realizables, planes a corto plazo, resultados comprobables en el lapso de un mandato. Que se comprometan con números a bajar las tasas de mortalidad infantil, de analfabetismo, de miseria. Que no empiecen con que “el camino largo’, con “ajustarse el cinturón’, con el “dennos tiempo’de siempre. Cierto, Roma no se hizo en un día pero se empezó a construir desde el primer instante. Resultados; eso se necesita. Que cada año el presidente diga “hicimos esto’ y no “vamos a hacer esto’ y si no tiene nada importante y concreto que decir que se vaya a su casa con su corte de inútiles.

Pero no seamos injustos, del circo que hoy es la vida política nacional, todo somos accionistas. La responsabilidad es compartida y cuanto mayor es nuestro grado de cultura, mayor la cuota de culpa que nos corresponde. Los que huimos de la política para no contaminarnos terminamos ensuciando más al país pues lo expusimos y lo entregamos en las manos de los canallas que tienen estómago suficiente para administrar la podredumbre sin perder los modales.

¿Qué hacer? Las soluciones nihilistas y mesiánicas no conducen a ninguna parte, el continuismo nos empuja lentamente al despeñadero y la inmovilidad nos mantiene en el mismo barro putrefacto. ¿Hay salida?

Felizmente los países no quiebran tan fácilmente y la historia nos da lecciones que iremos aprendiendo a golpes y porrazos. Cada quien tiene su propia manera de pelear por la humanidad y no se necesita ser presidente para cambiar un país. Una nación se transforma con el esfuerzo de los que quieren esforzarse, con el sacrificio de los que desean dar “algo más’ y no piensan en las ganancias, con la lucha diaria del hombre honrado por hacer de esa honradez una forma de vida.

Nuestra generación fracasó. No le dejemos a nuestros hijos la imagen del vencido que se esconde debajo de la mesa a mendigar clemencia sino la del hombre que aún consciente de la derrota, soporta, una vez más, el embate de la maldad y de la inquina, resiste y se mantiene firme h asta el último golpe, porque sabe que allá, en la tierra que protege defendiendo el puente con lo que le queda de vida, hay una nueva generación, un nuevo grupo de locos y valientes, que ya está listo, casi listo, para tomar la posta y seguir batallando en esta guerra secular e infinita contra la traición, el robo, la ambición y la rapiña.

Que cada cual escoja su trinchera para dignificar al hombre con su vida y que la “nada’ profética de Sebastián Salazar Bondy se convierta en una metáfora desafortunada y no en la desgraciada realidad de este país. Los hombres como él, que se esforzaron, merecen nuestro esfuerzo, merecen que empecemos la tarea de llenar ese plato.

©José Luis Mejía